¿Qué tanto importa el infierno carcelario?
Por Alfonso Lessa
01.11.2021 | tiempo de lectura: 3 minutos
Aterrador. Ese es el término que corresponde a la situación de algunas de las cárceles del Uruguay: un problema endémico que gobierno tras gobierno de todos los signos, el país no ha logrado solucionar.
El Uruguay es un país de problemas circulares: hay temas que se reiteran en la agenda política y se vuelven a reiterar, se discuten sin soluciones definitivas, y se vuelven a discutir. Y ante los cuales los mismos actores a veces cambian de postura según su perspectiva, estén en el gobierno o en la oposición. El de las cárceles es uno de ellos.
“El infierno que nos toca vivir cada día”, sintetizó al respecto un policía carcelario que brindó anónimamente su testimonio a la periodista Cecilia Olivera, en el programa Periodistas de canal 5.
Gente que está presa que tiene mucha influencia en el narcotráfico -adentro y afuera de esas cárceles- venta de drogas, celulares y hasta de armas. Y con el producto de sus actividades ilegales sobornan a los corruptos. Así ocurren asesinatos por encargo -incluso más allá de los penales- y muertes violentas en los celdarios.
La respuesta del ministro de Interior, Luis Alberto Heber, fue categórica y alarmante. No sólo no negó la situación, sino que la potenció. “Se quedó corto el Policía” respondió el secretario de Estado en el mismo programa de televisión. Y brindó algunas cifras que de por sí explican que haya centros de detención que son tierra de nadie: por ejemplo, en el módulo 11, que es “el más complicado de todos” hay, durante el día, cuatro policías para cuidar a 750 presos” y por la noche sólo uno. No requiere mucha imaginación pensar todo lo que puede ocurrir allí en especial durante las noches.
El de las cárceles es un problema de larga data, un reto mayúsculo no sólo para los gobiernos de turno, sino para el Estado; porque debería haber una política de Estado ya que ningún gobierno de ningún signo logró una solución de fondo al problema.
En su momento -en un gobierno colorado- hubo módulos presentados como una gran solución, que finalmente se destruían con bastante facilidad; en 2010, bajo un gobierno frentista, hubo 12 presos de Rocha que murieron prendidos fuego producto de las instalaciones eléctricas improvisadas; hace poco nos enteramos del secuestro y las torturas de un recluso por parte de otros presos. Y siguen los asesinatos y los suicidios. Los motines también se han reiterado a lo largo de décadas.
Resulta claro que cuando el solitario guardia nocturno da la voz de alarma frente a un hecho de violencia, cuando llegan los refuerzos, todo pasó: si el objetivo era un asesinato, ya se concretó. Y un guardia solo rodeado de las “lanzas” que se fabrican en las cárceles nada puede hacer, según explicó el policía que prestó su testimonio.
De este modo, entonces, lo que debería ser un centro de reeducación para la reinserción del preso en la sociedad, se transforma en una escuela del crimen, en una especie de “posgrado” para aquellos que caen y muchas veces salen de prisión con un resentimiento mayor al que tenían cuando ingresaron.
El problema se ha potenciado por la convivencia de narcos extranjeros que han inducido a los locales a adoptar prácticas como la amenaza a jerarcas o el sicariato. Problemas de los que advirtieron hace bastante, jerarcas como Mario Layera y Julio Guarteche.
Antonio Ladra recordó en su libro Uruguay en la Mira del Narco, estos procesos y estas influencias que se convirtieron en realidad a través de sangrientas luchas por los territorios de clanes familiares muchas veces manejados desde las cárceles.
La gran paradoja es que, cuando más aumenta la eficacia de la Policía y la Justicia, más se incrementa el problema, ante lo cual las medidas sustitutivas aparecen como una de las soluciones para delitos no graves.
Heber anunció la construcción de tres nuevos centros con una novedosa estructura para Uruguay: de planta baja y que puedan ser vigilados desde arriba. Y su intención de proveer vacantes con policías ejecutivos.
El mejoramiento de esta dramática situación en cualquier caso requiere de recursos y por lo tanto de políticas apoyadas por todos los partidos y de cierto consenso social.
En su informe 2020, el comisionado parlamentario de cárceles, Juan Migue Petit, advirtió que Uruguay seguía “teniendo un sistema penitenciario explosivo y gigante” en el que se producen enfrentamientos con “lesiones graves” y “amenazas y extorsiones entre internos o a sus familiares”.
“Este panorama -añadió- debe ser materia de reflexión, muy en particular desde la perspectiva de las políticas sociales”.
Una pregunta inquietante al respecto, sin embargo, es qué tanto le importa a la gente común y corriente lo que ocurre ahí adentro.
Tal vez a muchos no les importe, hasta comenten el famoso: “se matan entre ellos”.
Pero hay que comprender que incluso más allá de las situaciones inhumanas que viven muchos presos, cuando salgan, se van a reinsertar de un modo u otro -mal o bien- en la sociedad y pueden interactuar con cualquiera, incluso con los que no están preocupados por el asunto. Un desafío para los gobiernos, y un reto para toda la sociedad. La indiferencia, además de todo, puede resultar peligrosa.