Arana: mucho más que la triste muerte de un referente
Alfonso Lessa
13.06.2023 | tiempo de lectura: 3 minutos
Hace pocos días murió Mariano Arana, un hombre que marcó al Uruguay con su personalidad, su don de ser y en particular por su gestión como intendente de Montevideo.
No era, por supuesto, un político tradicional, alguien que haya hecho del ejercicio de la política el objetivo de su vida, sino que llegó a la política por su profesión de arquitecto, por su preocupación por la ciudad y más, diría que por su preocupación por la cultura.
Y seguramente, sin proponérselo, se transformó en alguien carismático.
Recuerdo que en alguna entrevista contó de su sorpresa cuando, el propio Seregni le propuso ser candidato a Intendente: no se imaginaba en medio de ese monstruo de ladrillos, ocupándose una enorme burocracia.
Y finalmente aceptó, pero claramente no centró su actividad en su despacho, sino en la propia ciudad, a la que empezó a dotar de cambios muy importantes, sobre todo en la Ciudad Vieja, que logró revivir.
Antes, durante la primera administración Sanguinetti, entre 1985 y 1989 fue presidente de la Comisión de Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural de la Nación.
También fue cofundador de la editorial Ediciones de la Banda Oriental.
Yo lo conocí en la dictadura en una casa que todavía existe, si no me equivoco de Bello y Reborati en Solano Antuña casi Ellauri. Fue en esos tiempos oscuros que creó junto a otras personas con similares preocupaciones el Grupo de Estudios Urbanos, buscando revalorizar la ciudad, tratando de impedir e impidiendo en la algunos casos, la destrucción de edificios históricos. Y actuó siempre con una característica que hoy no parece tan fácil: sin prejuicio alguno, por lo que tuvo entre otras, una relación muy cercana con Julio Sanguinetti y su esposa Marta Canessa.
En lo político electoral optó por la Vertiente Artiguista de la que era, hasta el momento de su muerte, su principal referente.
Un hombre muy culto, docente, pleno de humor y anécdotas divertidas y al que en el fondo los lugares que ocupara en la política para poder desarrollar sus ideas no le interesaban: fue intendente dos veces -el mejor desde el retorno a la democracia- senador, ministro, no tuvo problemas después de ello, de ser edil.
Es decir que, en todo caso, hizo la carrera política al revés: empezó por la Intendencia gobernando la mitad del país, fue senador y terminó siendo curul.
Probablemente el mismo hecho de no ejercer la intendencia como escalón a nada, le permitió en gran parte dedicarse a lo que más le interesaba: la ciudad.
La muerte de Arana es mucho más que la muerte de una personalidad muy destacada, es también, lamentablemente, un verdadero símbolo del final de una época en el país: la de la apertura a los que piensan diferente, la del diálogo con quien sea, la de la búsqueda constructiva y conjunta de soluciones sin cálculos políticos, sin pensar en los réditos partidarios; la de la vocación ante todo.
Con la frontalidad que les caracteriza, el expresidente José Mujica —de 88 años— dijo en el velatorio de Arana mientras observaba la cantidad de “veteranos” que se encontraban allí: «Estamos en la fila india.” Y añadió: “La muerte es la cosa más democrática que hay en el mundo, toca a todos”.
Este fallecimiento, además del drama humano que representa, constituye un problema y un enorme desafío: la desaparición o el retiro de los principales referentes políticos de una época, sin el nivel, al menos por ahora, de relevos que se acerque a los que se van.
Entre 1959 y 1965 Uruguay vio partir uno tras otro a varios de los más importantes referentes del sistema político: Luis Alberto de Herrera, Juan Andrés Ramírez, Fernández Crespo, Barrios Amorín, Nardone, Luis Batlle y César Batlle Pacheco.
Es la ley de la vida, puede decirse. Luis Batlle, en particular, había preparado toda una generación de relevo: Jorge Batlle, Sanguinetti, Flores Mora, Michelini, entre otros.
Pero no todos los casos fueron igual.
Cabría preguntarse hasta qué punto esa serie de fallecimientos de los protagonistas de un tiempo, no colaboró en la crisis que luego se abalanzó sobre el país
La despedida de Arana, entonces, es la despedida de un dirigente político particularísimo, de un intendente que marcó una época, un gran tipo que formó parte de una generación destacada de dirigentes políticos.