César De Candia, un ejemplo de periodismo
Alfonso Lessa
19.03.2025 | tiempo de lectura: 3 minutos

Era un tremendo periodista y un gran ser humano. Con 95 años y una vida riquísima, falleció esta semana César Di Candia, dejando una extraordinaria obra periodística y literaria, esta última tocada siempre también por el periodismo.
Pero Di Candia dejó también el ejemplo del periodismo riguroso, honesto e independiente, demostrando que es posible tener ideas claras, a todo nivel, sin que influyan en el trabajo y en especial en los diálogos con los entrevistados, sin prejuicios ni sesgos.
Di Candia y su obra resultan perfectamente un gran espejo, un gran ejemplo en el que pueden mirarse las nuevas generaciones.
Era, además, un hombre de una sencillez natural y bien entendida, un gran compañero de trabajo, un gran contador de historias y un hombre de un sentido del humor inclaudicable.
Tuve la suerte de conocerlo muy bien. En los últimos años de la dictadura y en la transición, junto a una generación de periodistas, caricaturistas y dibujantes, muchos de los cuales giraban —trabajaran o no allí— en torno a El Dedo y Guambia, bajo la batuta del también fallecido Antonio Dabezies.
Luego fuimos varios años compañeros en Búsqueda y nos encontrábamos de forma permanente en el estadio Franzini, porque nos unía, como a otros periodistas del semanario (Claudio Paolillo, Raúl Ronzoni) la pasión defensorista. Los entretiempos, la espera del comienzo de los partidos y los momentos aburridos servían para conversar de temas diversos de la realidad nacional. También nos vimos unas cuantas veces en su lugar del mundo: el balneario La Paloma.
En lo político, había sido estado muy cerca de Zelmar Michelini, su gran referente. Provenía de una familia colorada por lado de madre y padre. El Batllismo había sido su gran fuente.
Su abuelo materno perdió la oreja derecha por un balazo en la batalla de Tres Árboles en la revolución de 1897 y su hermano menor cayó muerto a su lado.
César contaba el suceso de un modo extraordinariamente ilustrativo. También, como un ejemplo de un Uruguay de guerras civiles, pero con gestos a veces asombrosos: cuando su abuelo vio que había muerto su hermano —al que él había llevado a la batalla a pesar de la oposición de sus padres— se enfureció y comenzó a disparar a diestra y siniestra. En las batallas, los heridos de ambos bandos solían ser llevados inicialmente a un mismo lugar. El abuelo de Di Candia estaba acostado al lado de un blanco, enemigo en la batalla. Empezaron a conversar y el blanco le dijo que lo había herido alguien que disparaba sin ton ni son. Y entonces le respondió: “Fui yo”. Compartieron el mate y comenzaron una amistad de muchos años.
Aquellas guerras civiles sangrientas fueron motivo de uno de sus libros: “1896-1904: Los años del odio”[1]. Un libro basado en artículos de Búsqueda, que es uno de sus ejemplos de periodismo serio y riguroso, en un intento que apuntaba, según explicó en el prólogo, “a dar una versión desprovista de ese contenido emocional que habitualmente ha dificultado, politizado y aun poetizado el análisis de las últimas revoluciones orientales”.
Su preocupación por el pasado en relación con el presente lo llevó también, entre otras cosas, a un largo diálogo con Carlos Maggi y Claudio Williman, en el libro “Tiempos de tolerancia, tiempos de ira”.[2]
Por supuesto que sus extensas y profundas entrevistas en Búsqueda se hicieron famosas. Hubo muchas notables, pero la que más impacto tuvo fue aquella en la que el general Hugo Medina le admitió que había dado la orden de “apremiar”. No era un general cualquiera: el general de la transición que había apartado de las negociaciones para la salida de la dictadura a Gregorio Álvarez (aún siendo presidente). Y constituyó la pata militar del Club Naval, con Julio María Sanguinetti y Líber Seregni. Fue ministro de Defensa y comandante en jefe en democracia.
César Di Candia pasó por diversos géneros periodísticos y varios medios, incluyendo El País, dirigió la revista de humor Lunes, Repórter, Hechos, La Mañana y Marcha. También formó parte del grupo de El Dedo (clausurada definitivamente por la dictadura) y Guambia. A lo largo y ancho de su carrera, entonces, compartió trabajo y redacciones con grandes personalidades que en buena medida marcaron durante un buen tiempo al Uruguay.
El lunes 17, en su velatorio, lo acompañó mucha gente, incluyendo muchas personas del ambiente periodístico. Era el reconocimiento a su tarea.
Sobre su féretro había dos elementos que referían a sus otras dos pasiones: una foto de su familia y la bandera de Defensor.
A veces se suele identificar al intelectual como alguien alejado de la sociedad, encerrado entre papeles y libros y ajeno a las grandes pasiones populares. Su vida demostró claramente que hay otras formas de entender la vida.
[1] Fin de Siglo, 2004.
[2] Fin de Siglo 2005.