Cipriani: “Me quedé con parte de la historia”

Por Alfonso Lessa

18.10.2021 | tiempo de lectura: 4 minutos

“Me quedé con parte de la historia de Punta del Este”. La frase la dijo el empresario Cipriani, luego de haber comprado el hotel San Rafael en poco más de 50 millones de dólares, según una lujosa publicación del grupo del propio inversionista de 2019.

La publicación tenía en su tapa una gran ilustración del hotel y en una nota extensa en español, portugués e inglés, titulada “Los iconos no mueren”, se anunciaba el lanzamiento de un “megaproyecto” que incluía “la restauración del viejo hotel y la construcción de dos torres de 24 pisos”.

“De este modo el ícono de Punta del Este encontró a su salvador -y restaurador- en Europa. Serán los Cipriani quienes le devuelvan al San Rafael el glamour perdido en las últimas dos décadas”, agregaba el informe.

En la nota abundaban frase como: “El hotel San Rafael está de regreso. El símbolo esteño resucita de la mano del grupo Cipriani” y se establecía el compromiso de llevar adelante “un mega proyecto inmobiliario preservando el viejo edificio” con la participación del arquitecto Rafael Viñoly.

También había afirmaciones tales como: “según la ciencia, una estrella puede vivir, al menos 10 mil millones de años. Un ícono, en cambio, vive para siempre (…) El Hotel San Rafael es uno de los grandes iconos de Punta del Este, que durante un tiempo demasiado extenso, estuvo a centímetros de su desaparición física”.

Visto lo que ocurrió poco después, todo aquello parece una grosera tomadura de pelo. Aquel ícono, aquella parte de la historia, aquel símbolo, todas condiciones que reconocía el propio Cipriani, fue impiadosamente demolido.

Para mucha gente la indignación todavía no pasó, pero además el tema cobró nuevo vuelo porque según informó el semanario Búsqueda en su última edición, además de no haber cumplido con el compromiso de restaurar el hotel, Cipriani no aparece.

“¿Dónde está Cipriani?”. Esa es, según la información de Búsqueda, la pregunta que se repite en los pasillos de la Intendencia de Maldonado y la Junta Departamental.

Y más aún: el semanario añadió que “ante la ausencia de Cipriani, la Intendencia de Maldonado evalúa un plan B para el proyecto hotelero” que hoy brilla por su ausencia.

Esa pregunta sin respuesta por el momento -¿dónde está Cipriani?- obviamente no preocupa solo en el comuna fernandina. Hay mucha gente preocupada por el asunto.

El tema no es menor por muchos aspectos, no sólo porque un patrimonio del tal magnitud se esfumó de manera poco creíble, sino que además las promesas relativas a la inversión (otros 200 millones de dólares según la mencionada publicación) y la generación de un gran número de puestos de trabajo, aún al costo de liquidar del hotel, han quedado por el momento debajo de las ruinas de aquello que no volverá a ser.

Cuando el San Rafael aún estaba en pie, hubo planteos diversos, algunos de los cuales parecían ridículos, como el de demolerlo, para volver a construir otro igual pero más moderno.

La demolición del San Rafael constituyó un enorme despropósito, en realidad constituyó en sí mismo una síntesis de la suma de despropósitos de un Uruguay que a lo largo de muchas administraciones de todo signo no ha mostrado particular sensibilidad con su patrimonio. Más allá de esfuerzos individuales y a veces colectivos no escuchados.

Desde el lejano derrumbe de las murallas de Montevideo, a la muerte del Barrio Reus al Sur y del Mediomundo, desde la caída de viejas casonas a la implosión del Cilindro -una obra admirada a nivel mundial- y también recuperable y factible de modernización. Un estadio que se tiró abajo en medio de festejos, copas de champagne y televisión en directo.

De nada valió su capacidad de 15 mil personas, su historia, el mundial y otros torneos internacionales que albergó y el uso permanente del que era objeto, luego de aquel insólito e inexplicable incendio.

Tampoco de nada sirvió en el caso del San Rafael su historia, la cumbre de veinte jefes de Estado en 1967; o el Consejo Interamericano Económico y Social con la presencia del Che Guevara en 1961; o el lanzamiento de la ronda Uruguay del GATT en 1987; o, en un ámbito distinto, el tránsito de personalidades de la cultura, desde Vinicius de Moraes a Piazolla y tantos otros que pasaron por allí.

Algunos años antes de la demolición, cuando se dijo que no era recuperable, el hotel había reabierto mostrando en buena parte su viejo esplendor, hasta con sus piscinas techadas en pleno funcionamiento.

Hubo alguna autoridad que dijo que lo único valioso del hotel era su imagen, así que si se reconstruía, podía demolerse.

Unas pocas voces, entre las que destacó la del actual presidente de la Comisión del Patrimonio, el arquitecto William Rey, se estrellaron contra una coalición diversa de intereses que confluyeron en esta instancia: la Intendencia de Antía, ediles de todos los partidos políticos aún divididos, el gremio de la construcción, empresarios. Hubo presiones e insultos para quienes se oponían con argumentos a lo que se venía. Rey presentó un recurso de amparo con apoyo de la Facultad de Arquitectura y la Sociedad de Arquitectos. Pero el edifico se demolió igual.

Hoy ese vacío agrede a quienes tienen memoria y obliga a las autoridades en ese plan B. Por supuesto que es un enorme terreno de un valor difícil de estimar.

Pero mucho más difícil de medir, es el daño patrimonial, el hecho de que se haya borrado a pura piqueta un bien histórico, en todo caso compatible con algún proyecto de modernización en aquel lugar.

Aquel pedazo de historia terminó como tantos otros en este Uruguay joven que no aprende de los países que han logrado mantener su reliquias y aún las reconstruyeron después de las guerras. Y muchas veces no comprende que los bienes históricos potencian el turismo.

Hay que ver que es lo efectivamente viene. Pero hoy, todo aquello, se ha transformado en la nada.

 

* El texto fue resaltado por el autor de la nota.

 

Foto: Nicolás Celaya /adhocFOTOS