El laberinto argentino
Alfonso Lessa
15.11.2021 | tiempo de lectura: 3 minutos
Y finalmente se dio lo que se esperaba: un claro triunfo de la oposición en las elecciones de medio término en la Argentina; aunque más que eso, fue una derrota del oficialismo, del kircherismo y sus aliados, de esta versión del peronismo adaptada a los nuevos tiempos de un populismo en problemas.
El resultado de las PASO, pero mucho más que eso la furiosa e insólita reacción pública de Cristina Kirchner en la carta en la que enfrentó al presidente Alberto Fernández, no anunciaban nada bueno.
El oficialismo remó, inyectó mucho dinero en los últimos dos meses, puso en funcionamiento toda su maquinaria, pero buscó dar vuelta la elección, otra vez, desde un discurso agresivo, que traspasaba todas las culpas a sus antecesores que, por supuesto, muchas las tuvo. Se peleó con propios y ajenos y además lo hizo desde ese pedestal de cristal ya roto por diferencias indisimulables que llegaron a ámbitos como la CGT y otras organizaciones sociales.
El presidente quedó atrapado por una realidad muy compleja, entre el peronismo tradicional (varios gobernadores, sindicalistas y “punteros” barriales) y el discurso de la Cámpora, un sector que por momento remite al pasado montonero, que lidera el hijo de la vicepresidenta, Máximo Kirchner.
Dos datos muestran un cambio importante en la Argentina: el hecho de que la oposición, aún por muy poco, ganara la provincia Buenos Aires -feudo tradicional del peronismo- y una cuestión aún más compleja: que por primera vez desde 1983 el peronismo perdiera la mayoría en el Senado. Justo cuando lo preside Cristina Kirchner, la del discurso confrontativo, intransigente y sobre la que pesan acusaciones de todo calibre.
A Alberto Fernández le quedan por delante dos años de gobierno, enfrentado a una situación económica durísima, un aumento de la pobreza alarmante, una deuda externa enorme y a una alianza política con la vicepresidenta y sus seguidores, atada con alambre.
Esas contradicciones ya se vieron presentes en la misma noche de las elecciones: primero, un discurso grabado, moderado, en el que solicitaba el apoyo de la oposición -aunque sin dejar de pegarle varias veces en particular por la deuda externa; y, segundo, el discurso partidario en el local del Frente de Todos, mucho más político y en el que, insólitamente, llamaba a festejar el triunfo. Nadie entendió.
Estar hoy en la piel de Alberto Fernández, es como estar en la orilla de un volcán que puede hacer erupción.
Lo razonable, sería esperar una actitud cauta, moderada, que le permita acuerdos y apoyos del Congreso manejado por la oposición, para afrontar los gigantescos desafíos que tiene por delante. Ocurre, sin embargo, que también tendrá que dar algunas señales que contemplen a los grupos más duros. Y probablemente con la Cristina acechándolo, aunque sus primeras señales fueron de apoyo al presidente. Un cambio sustancial respecto a su famosa carta posterior a las PASO. Deberá actuar como un equilibrista al que le están moviendo la cuerda.
¿En qué cambia este resultado la política exterior y cuánto puede afectar las relaciones con Uruguay? Es probable que también afecte el frente externo y -para contemplara las nuevas mayorías parlamentarias que le resultan vitales- modere sus relaciones con la Venezuela de Maduro y Cuba. De hecho, en vísperas de la elección, pegó un giro notorio y respaldó la postura de la OEA deslegitimando la farsa de las elecciones en Nicaragua, cuando hasta el momento Argentina se había abstenido de las críticas al régimen de Ortega.
En cuanto a Uruguay, eso será motivo de otra columna, pero en principio puede pensarse que las cosas no cambiarán mucho. Entre otros aspectos, porque hay posturas y presiones que superan al propio gobierno y tienen relación con los industriales de la Argentina.
Finalmente, este caso, pone otra vez en cuestión las elecciones de medio término, sobre todo en países de institucionalidad complicada y con un sistema de partidos como el argentino. El riesgo de vivir de campaña en campaña, condiciona todo.