El milagro del fútbol: más allá de la pelota

Alfonso Lessa

26.12.2022 | tiempo de lectura: 3 minutos

El enorme triunfo de Argentina en el Mundial de Qatar ha dado y seguirá dando para múltiples análisis respecto a la justicia del resultado, los planteos de los diferentes equipos, lo que pudo ser y no fue; las ilusiones que tuvieron premio y las ilusiones rotas.

Pero el campeonato también permite realizar algunas primeras reflexiones más allá de lo estrictamente deportivo, más allá, o más acá de la pelota, si eso resulta posible teniendo en cuenta lo fresco del torneo y del triunfo albiceleste y el entusiasmo que sigue generando a muchos niveles. Algunas reflexiones también motivadas por las relaciones indefectibles que existen entre el fútbol y la sociedad. Y también por los vínculos con la política, con todo lo bueno y lo malo que ello implica.

Y esta columna también parte de algunas experiencias personales vinculadas a todo esto, con el impacto que sigue impregnando esta copa, mucho más allá de la Argentina.

En cuanto a la relación con la política: ¿Cuántos dirigentes de primera línea en el Uruguay también lo han sido del fútbol? Tres ejemplos claros de otros tantos partidos y de otros tantos clubes: Tabaré Vázquez, Julio Sanguinetti, Wilson Ferreira Aldunate. Casi nada. Hay muchos más ejemplos.

Tuve la enorme fortuna de ver y mucho más que ver -vivir, sentir, palpitar- el partido final en Buenos Aires, el domingo 18 de diciembre. Y elegimos verlo junto a mi esposa -argentina- y un hijo -argentino uruguayo- en un boliche porteño- compartiendo sensaciones, tensiones, gritos de gol, angustias y festejos con la gente

Y debo decir que fue una experiencia emocionante, irrepetible. Y ni que hablar cuando multitudes que brotaban de todas partes comenzaron a inundar las calles confluyendo hacia el Obelisco.

Nos sumamos a la multitud. Caminamos muchas muchas cuadras de ida y de vuelta. Y por todas partes explotaba un sólo sentimiento: una sensación de alegría desbordante expresada de mil maneras.

Ese día no hubo un solo incidente. Lamentablemente, el día de la llegada del plantel, las cosas cambiaron. Aparecieron los violentos, los aprovechadores, los que gustan del lío.

Pero aquella alegría desbordante del domingo demostraba el enorme orgullo del triunfo y seguramente, también, expresaba la necesidad que tenía ese pueblo tan castigado de un momento de felicidad como ese. Era también una fantástica válvula de escape.

Nadie le preguntaba a nadie qué pensaba, desapareció en aquel momento la famosa grieta, nadie se preocupaba de lo que votaba o prefería el otro o la otra. Todos abrazados.

¿Por qué?

Era el milagro del fútbol, un milagro que demuestra que este deporte seguramente es una de las expresiones más globales del mundo, porque el mundo se detuvo durante varios días y en particular el domingo, porque el triunfo fue festejado en muchos países, incluyendo algunos de Asia y Africa.

Y hubo personalidades de los más diversos ámbitos internacionales, incluyendo presidentes y reyes, que felicitaron a Argentina y a Messi.

Pero hay algún otro por qué, algún otro motivo sobre el que descansó este multitudinario festejo compartido. Seguramente, también, porque hasta ese momento nadie había tenido tiempo de hacer uso político del triunfo, una actitud de mezquindad, que sólo puede enturbiar las cosas y manchar la pelota.

“El futbol a sol y sombra” se titula un famoso libro de Eduardo Galeano, un fanático del futbol que, cuando llegaban los mundiales, cerraba las puertas de su casa, hasta que terminara el último partido.

No todos han reaccionado siempre así. Todavía hay quienes no han comprendido la grandeza de este deporte y lo siguen considerando opio de los pueblos.

Pero el Mundial, la reacción de la gente en todo el mundo, demuestra que no hay con qué darle.

Y este plantel de Argentina, por otra parte, demostró que las cosas son posibles, con la mentalidad adecuada, y los jugadores y el técnico adecuados, son posibles.

Que sólo hay imposibles cuando las cosas se encaran con temor.

Y también demostró otra cosa: que más allá de los juicios, de los dirigentes presos, de las coimas comprobadas, la FIFA no ha cambiado demasiado. O más bien nada.

Porque algunos fueron presos y el mundial igual se hizo igual en Qatar, al terrible costo de miles de trabajadores muertos, un país en el que, cuando se fue el último aficionado, las cosas volvieron a ser las de siempre.

Cómo está ocurriendo con Irán, donde la violencia contra la gente y las mujeres no tiene límites y hasta un jugador ha sido condenado a muerte, sin que la FIFA -que se sepa- haya movido un dedo.

Los mundiales deben ser de los jugadores y para la gente y no servir como máscaras para ocultar la verdadera cara de determinados países.

La política debería estar ajenas a estas decisiones. Y mientras eso ocurre, la gente puede explotar en su felicidad. Aunque sea en algún momento de sus vidas. Seguramente, más allá de la penurias, inolvidable.