El nocaut del Obelisco
Por Alfonso Lessa
30.11.2021 | tiempo de lectura: 3 minutos
El sábado 27 de noviembre se cumplieron 38 años del acto del Obelisco, inmortalizado en la famosa fotografía de Pepe Pla y publicada por el semanario “Aquí”: un río de Libertad.
Fue una fotografía estudiada, preparada con tiempo por ese gran reportero gráfico, que buscó el mejor ángulo posible para inmortalizar aquel acto, aún eludiendo lo imposible: los árboles que que ocultaban la tremenda multitud que el régimen no quería mostrar.
Para quienes estuvimos allí, fue una jornada muy emocionante e inolvidable; a mi me tocó compartir el almuerzo con la familia Rodríguez Larreta-Gutiérrez Ruiz, cuando aún estaba Marcos y en una mesa inolvidable que también integraba Taco Larreta.
Recorrer el tramo que iba desde la fuente al propio Obelisco era tarea casi imposible; así de abigarrada estaba la multitud, que también desbordaba hacia Bulevar Artigas y 18 de Julio. La dictadura quiso ocultar aquella realidad pero todo el mundo la conoció igual. Y aquel acto constituyó un golpe casi mortal para una dictadura tambaleante y aislada que venía de derrota en derrota y enfrentaba a una sociedad que había perdido el miedo.
El acto del Obelisco -ideado por Jorge Batlle- no sólo constituyó un impacto tremendo para el régimen por su convocatoria, sino también porque el estrado era compartido, por primera vez, por políticos y personalidades de todos los partidos, en un amplio abanico que incluía desde dirigentes de izquierda, a blancos y colorados proscritos y representantes de sectores que hasta no mucho tiempo antes respaldaban al régimen. De ahí, la furiosa reacción del general Gregorio Álvarez que, al día siguiente, realizó una cadena de radio y televisión, rodeado de los comandantes en jefe, en la que calificó al estrado de “cambalache” y criticó ácidamente al acto y sus organizadores. Era el reconocimiento de su derrota política y de que ya había perdido gran parte del poder que se siguió diluyendo al punto de que fue radiado por los propios militares de las negociaciones del Club Naval. Un caceroleo espontáneo y el sonar de las bocinas respondieron a la cadena.
El actor Alberto Candeau leyó de manera magistral la proclama cuya elaboración había quedado en manos Gonzalo Aguirre y Enrique Tarigo.
1983 fue un año decisivo: había empezado con el fracaso de las negociaciones del Parque Hotel y el endurecimiento del régimen que por primera vez impuso la censura previa a la prensa. Pero empezaron los caceroleos a un nivel que desconcertó a los militares, se fundaron el PIT y ASCEPP y tuvieron lugar el primer gran acto del 1o de mayo y la marcha de los estudiantes. Y en el ámbito de la cultura, los recitales y espectáculos masivos daban lugar a inequívocos reclamos de apertura.
Mientras tanto los partidos se preparaban con el único objetivo de volver a la democracia, aunque en el camino -en particular en 1984- se hicieron visibles dos estrategias que resultaron irreconciliables: la de la negociación representada por Julio Sanguinetti y Seregni, que veían a un régimen políticamente quebrado pero militarmente intacto, a diferencia de lo que había ocurrido en Argentina; y la de Wilson Ferreira, que creía que el régimen estaba tan débil que caería por sí mismo y no era aceptable negociar con proscriptos y presos, situación en la que estaba él mismo. Pero comenzó a transitarse un camino que Seregni solía definir con tres palabras: concertación, negociación y movilización.
Las diferencias también surgieron entre los militares, muchos de los cuales comenzaron a ver en Álvarez un obstáculo. Las negociaciones entonces fueron tomadas directamente por los comandantes y en particular por el nuevo jefe del Ejército, Hugo Medina. Y culminaron con el acuerdo o pacto del Club Naval que abrió paso a elecciones con proscriptos pero de las que participaron, aún con otros nombres, todos los partidos. Y otros aspectos negociados por los militares, jamás se cumplieron.
Pero todo el tránsito de aquella transición que empezó con el “No” de 1980 y siguió con las internas de 1982 y las movilizaciones de 1983, tuvo un pasaje decisivo en aquella concentración sin precedentes, expresión inequívoca de un triunfo de los partidos y de la democracia que ya no tenía marcha atrás.
Fue, como proclamó Candeau al vivar junto a la gente a la Patria, la libertad, la república y la democracia: un grito colectivo para que “ninguna sordo de esos que no quieren oír, no diga que no lo escuchó”.