Los golpes de 1973

Alfonso Lessa

04.07.2022 | tiempo de lectura: 5 minutos

Acaba de cumplirse un nuevo aniversario de la disolución de las cámaras que significó la formalización del golpe de Estado de 1973.

Aquella madrugada del 27 de junio, en la que se produjo una histórica sesión del Senado -en la que varios legisladores de los tres temas lemas ofrecieron notables discursos- marcó el inicio de una etapa tenebrosa del Uruguay.

Pero, al recordar aquellos hechos, ¿podemos decir realmente que ese 27 de junio fue el golpe de Estado, o fue el segundo golpe después del levantamiento febrero? O, en todo caso, ¿ese día marcó la segunda etapa de un golpe en dos capítulos? Parece claro que sí, que hablar del golpe, partiendo sólo del 27 de junio sin tener debidamente en cuenta a febrero, es más que un error: o un análisis facilista, o una mentira histórica. Por ignorancia, por falta de información o por interés político.

La disolución del Parlamento fue el primer paso formal en una nefasta historia que provocó la falta de libertades, la persecución política y todo lo que sobrevino. Pero no es posible comprender el 27 de junio sin tener en cuenta de manera fundamental los hechos de febrero, cuando el Ejército y la Fuerza Aérea con apoyo de la Policía, desconoció el nombramiento de un ministro de Defensa Nacional (el general Antonio Francese) y realizó una demostración de fuerza mayor que el mismo 27 de junio: salieron blindados y tanques a las calles y los militares tomaron los medios de difusión, dando a conocer una serie de comunicados, dos de los cuales resultarían fundamentales: los 4 y 7 que eran, por encima de cualquier otro aspecto, un verdadero programa de gobierno, que encandiló a la mayoría de la izquierda que se volcó a apoyar el levantamiento.

Más aún, los militares insurrectos tenían proyectado tomar el Parlamento ya en febrero y no en junio, pero no fue necesario: ni siquiera se reunió.

Parece claro que febrero alfombró el camino a junio. Se ha dicho algunas veces que en esos cuatro meses -solo cuatro meses- hubo un cambio en la ecuación de fuerzas del Ejército. Pero no fue así: los generales de febrero fueron los mismos de marzo.

Parecería que al ignorar febrero, hay quienes procuran minimizar o eludir sus responsabilidades.

El golpe de Estado de 1973 fue multicausal, tanto en lo internacional como en lo meramente local; y desde esa perspectiva ningún partido o sector político está libre culpa.

En lo internacional, se vivía una Guerra Fría cuyos dos principales contenedores, Estados Unidos y la Unión Soviética, dirimían diferencias en los territorios de otros países. Y en ese marco se destacaba la gran influencia de la revolución cubana. Todo ello se reflejó en un creciente ambiente de violencia e intolerancia.

En lo local, el Partido Colorado fue el que llevó a la Presidencia (en medio de los intentos reeleccionistas de Pacheco) a Juan María Bordaberry, que encabezó el golpe de Estado y los primeros tres años de la dictadura; hasta que los propios militares los destituyeron por sus ideas franquistas que incluían una nueva institucionalidad sin partidos. Era, desde todo punto de vista, el hombre equivocado. No tenía ni la experiencia, ni el apoyo, ni la cintura política necesarias para timonear al país en aquella tormenta. Ni creía en la democracia, como demostrarían no solo el golpe de Estado, sino sus propuestas posteriores.

Desde el Partido Nacional, en particular desde el sector wilsonista, se manejó reservadamente en febrero en conversaciones con militares, la posibilidad de destituir a Bordaberry y llamar a nuevas elecciones. Era una propuesta pragmática y desde el convencimiento de que en las elecciones de 1971 se le habían estafado las elecciones a Wilson. Pero la propuesta no era constitucional. Si Bordaberry caía, debía ser sustituido por el vicepresidente Sapelli.

Y en la izquierda se destacó la postura muy mayoritaria de abierto apoyo al golpe de febrero creyendo que eran militares de izquierda. El levantamiento de febrero no se dio en nombre de ideas liberales.

Ese apoyo abierto y explícito (se pueden consultar los diarios de la época) fue decisivo. Más allá de la exactitud o no de las denuncias de un presunto pacto entre Fuerzas Armadas y Partido Comunista, del fallecido diputado y dirigente sindical Víctor Semproni, el hecho fue al menos un gran error que desconocía la relevancia de la democracia que entonces se llamaba, con desprecio, “formal”. “Un paso adelante”, “una hora esperanzadora” afirmaba, entre otros conceptos, “El Popular”.

Referentes muy importantes de la izquierda y del sindicalismo, reconocieron todo aquello, años después: “Era un golpe y el movimiento sindical debió haber tenido otra actitud”, dijo Ignacio Huguet, socialista, textil y dirigente de la CNT.

“Si lo de febrero no fue un golpe, que venga Dios y me lo diga”, comentó el general retirado Pedro Aguerre, preso durante la dictadura. “Había demasiadas expectativas y reuniones continuadas con los mandos”, admitió Luis Iguini, que integró direcciones sindicales y del Partido Comunista. “En el PCU dijimos: si existen corrientes nacionalistas en las Fuerzas Armadas, alentémoslas”, aseguró Vladimir Turiansky, primer vicepresidente de la CNT.

Esos reconocimientos, fundamentales para tener el panorama completo de lo que ocurrió, no son comunes en nuevas generaciones.

El rápido triunfo sobre la guerrilla, envalentonó a militares que se lanzaron a otros espacios de la vida nacional bajo la filosofía de “brindar seguridad para el desarrollo”. Para algunos oficiales que hacía tiempo pensaban en avanzar en el escenario político fue una oportunidad única, que, además, se plasmó en el acuerdo con Bordaberry en febrero, creando el Consejo de Seguridad Nacional.

En lo que respecta a colorados y blancos, con la participación de los militares en la lucha antiguerrillera, después de la Fuga de Punta Carretas, se lanzó una fuerza que luego no se pudo parar. Y tal vez en algunos casos, no se quiso. Y por supuesto que la guerrilla tuvo un papel fundamental en el espiral de violencia en el que cayó el Uruguay. Su primera aparición concreta fue1963, en un Uruguay pacifico que más allá de hechos aislados y algunas situaciones sociales que no representaban ni de cerca lo que vivían las mayorías, tenía los mejores indicadores sociales de América Latina a pesar de la caída de un modelo que comenzaba a provocar dificultades.

Y como complemento de todo aquel coctel, se produjo el ingrediente de los diálogos clandestinos entre militares y tupamaros en los cuarteles buscando puntos de acuerdo.

Se suele hablar de la teoría de los “dos demonios” que es sistemáticamente descalificada, justamente por la mencionada multiplicidad de factores que jugaron en el golpe del 73, bastante diferente por cierto, a otros de la región. Pero está claro que blandir la teoría de los dos demonios no puede servir como una especie de paraguas para dejar fuera las responsabilidades propias.

Ocurre sí, en actores de todos los signos, que a veces buscan reescribir la historia a la luz de valores actuales: si la democracia no era un valor relevante o hasta era despreciada en determinada época y ahora cobró otro valor, entonces se cuentan historias que procuran cambiar los hechos, las fechas, las responsabilidades. No se trata de dos demonios. Pero tampoco de eludir el papel que cumplió cada uno.

Lo importante es cada 27 de junio mucha gente dice: “nunca más”. Para que ello ocurra con un sentido profundo, es muy importante que la gente joven sepa todo lo que pasó. Todo.