Malabarismo en pandemia
Por Alfonso Lessa
07.01.2022 | tiempo de lectura: 3 minutos
En la columna pasada nos referíamos a los desafíos que había implicado para el nuevo gobierno -con cambio de signo incluido- comenzar su gestión al mismo tiempo que estallaba la pandemia, con un coronavirus que creaba incertidumbre y temores de todo tipo en el mundo. Y también nos referíamos a los retos que había implicado la misma situación para un Frente Amplio que dejaba el poder luego de 15 años, desorientado ante su derrota al mismo tiempo que procesaba una transición ante el fallecimiento de Tabaré Vázquez y el paso atrás de sus otros líderes históricos por motivos de edad y salud.
Poco antes de fin de año el panorama parecía promisorio: al país ya mostraba signos claros de recuperación en diversas áreas de la economía y la sociedad, el presidente Luis Lacalle Pou había afirmado su liderazgo y el propio Frente Amplio había encaminado sus pasos. La incertidumbre se volcaba sólo al terreno político, con el referéndum de la LUC.
Sin embargo las cosas cambiaron muy rápidamente: aquella amenaza que ya estaba haciendo estragos en Europa con la nueva variante del omicron, llegó a estas costas de forma extraordinariamente rápida. Y lo hizo en el comienzo mismo de una temporada de verano, muy movida, en la que los operadores turísticos y todas las personas que viven en su entorno, procuran enderezar el camino.
Basta ingresar a cualquier restaurante o boliche nocturno de cualquier parte de la costa -en particular del este-, para apreciar una síntesis perfecta del momento por el que atraviesa el país y los desafíos pertinentes: multitudes de gente consumiendo y gastando, mucha gente trabajando de un modo que no lo pudo hacer el verano pasado y actitudes muy disímiles de los responsables de los locales y del público: desde el cuidado más estricto y responsable, al descuido más absoluto de quienes no usan o casi no usan ni la mascarilla. Y es que la idea de que esta variante no es grave para los vacunados, en especial para quienes recibieron las tres dosis, predomina entre mucha gente que ya no teme el contagio. Y lo que es peor, esa gente ni siquiera teme contagiar a sus familiares. Todo esto, a pesar de las advertencias de médicos y especialistas, respecto a que no es una “gripecita” común y que puede implicar riesgos. Ni que hablar de las multitudes de jóvenes agolpados que muestran las redes sociales.
Entonces hoy el gobierno se encuentra desafiado por la necesidad de compatibilizar todo lo que representa la citada imagen de un restaurante o boliche nocturno: mantener abiertas las fronteras y una economía que nutre a un sector muy importante y da trabajo a mucha gente (para lo que resultaría necesario exigir pautas muy difícil de controlar y que no todos cumplen), y buscar al mismo tiempo el modo de limitar la expansión de una pandemia cuyos efectos han aumentado exponencialmente en los últimos días. Salud, economía y sociedad: tres factores para un mismo problema. A lo que eventualmente puede agregarse lo político.
En el pasado se procuró hacer responsable al gobierno de las consecuencias más negativas de la pandemia, pero el intento, políticamente, fracasó. Hoy ese no parece un camino para la oposición, que también se ve desafiada por este fenómeno. Proponer un cierre brusco de la economía, generaría enormes resistencias, salvo que la enfermedad tomara características que hoy no tiene. ¿Y entonces? Una pregunta de respuesta compleja que, hasta de rebote, podría tener influencia en el humor de la gente a la hora de votar en el referéndum.
La vacunación masiva está acotando muchísimo los efectos de esta nueva ola. Y no sólo aquí, sino en todos los países que han vacunado de manera importante.
La recuperación de la economía continúa, pero el gran reto es como acomodar las fichas sin que ninguno de los factores en juego se vean perjudicados.