Malos augurios en Chile
Por Alfonso Lessa
23.11.2021 | tiempo de lectura: 3 minutos
La extrema polarización de las elecciones en Chile plantea unos cuantos elementos para el análisis, algunas conclusiones y mucha incertidumbre.
El triunfo en primera ronda de un candidato colocado en la derecha más radical que acusa de comunista a quien será su rival en el balotaje y la amplitud del arco ideológico de este candidato de izquierda, uno de los jóvenes que encabezaron las protestas de 2019, nos traslada por un momento al Chile de 1970.
En principio, gane quien gane, el enfrentamiento puro y duro y la intransigencia de las partes no anuncian nada bueno para el futuro.
José Antonio Kast reivindica al dictador Pinochet y niega algunas de sus atrocidades mientras Gabriel Boric -a pesar de esfuerzos por mostrarse moderado- tiene entre sus filas a partidarios que ensalzan a los regímenes de Venezuela y Cuba. Así de lejos están hoy las posturas de quienes deberán definir la presidencia en la segunda ronda. «Ojalá nos transformáramos en Cuba y Venezuela, porque estaríamos harto mejor”, dijo la diputada Florencia Lagos que ocupa un cupo por el Partido Comunista.
Ya en 2019 había levantado polvareda cuando aseguró que «somos millones los que estamos pidiendo una asamblea constituyente y una nueva Constitución, siguiéndonos del ejemplo del pueblo y de los conductores de Venezuela, siguiéndonos del ejemplo del pueblo y de los conductores cubanos, que sí han hecho procesos constituyentes con absoluta soberanía popular real”.
Los dichos de la diputada -que también calificó de tirano y dictador al presidente PIñera- fueron aprovechados por la derecha y pusieron en aprietos a Boric que salió públicamente a cuestionar a los regímenes de Maduro y Cuba. Boric también cuestionó una declaración del Partido Comunista favorable a Daniel Ortega.
Ya en la campaña, Boric había planteado un discurso autocrítico que reiteró el domingo pasado al conocer los resultados electorales: «tenemos que entender -dijo- qué está pasando ahí, si abandonamos la reflexión, vamos a hablarle solamente a los que piensan igual y vamos a terminar aislados».
«Cuando ganó Piñera la segunda vez, -añadió- me acuerdo que un sector de la izquierda trataba a quienes votaban por Piñera como ‘fachos pobres’. Yo creo que eso es un tremendo error y, por lo tanto, ocupar adjetivos calificativos para referirse denostativamente a quienes apoyan a una candidatura que es totalmente opuesta a la nuestra es un error y nos aleja más aún de esa gente a la que hoy día, por algún motivo, le está haciendo sentido, y tenemos que preguntárnoslo: cómo se pasa de la esperanza, de la vocación por el cambio, al arrimarse a una idea de orden, que es lo que representa esta otra candidatura”.
El llamado a la mesura del joven de 35 años contrastó con el áspero discurso postelectoral de Kast (55), quien en todo momento se mostró confortativo con la izquierda.
Y queda flotando la pregunta acerca de cómo un candidato virtual que vivió la campaña desde Estados Unidos -Franco Parisi- pudo pelear el tercer puesto.
El resultado, por otra parte, muestra los problemas de unas elecciones en las que el voto dejó de ser obligatorio: desde entonces, la participación ha ido en caída libre y sólo sufragó poco más del 47 % de los electores.
La elección mostró, además, las dificultades para identificar la representatividad en el conjunto de la sociedad de las movilizaciones masivas como la que sacudieron a Chile en 2019. Aquellas movilizaciones no fueron inocuas: pusieron sobre la mesa la existencia de desigualdades muy importante, exhibieron la disconformidad de sectores de la sociedad, mostraron a una generación deseosa de cambios y resultaron un factor clave para la negociación de una nueva Constitución. Pero muy probablemente también tuvieron una contratara: generaron temor y una reacción adversa de sectores de centro y conservadores, incluso democráticos, y que no forman parte de la base social que siempre tuvo Pinochet.
Chile afronta un balotaje en la situación probablemente más complicada desde su restablecimiento democrático. Las dos partes necesitan ampliar sus electorados para aspirar a un triunfo: y hacer lo posible, además, para que se incremente el número de electores, aún con la incertidumbre de saber por quién se volcará.