Miranda, Ehrlich y la presidencia del FA

Columna de Alfonso Lessa

02.08.2021 | tiempo de lectura: 3 minutos

El final de la presidencia de Javier Miranda en el Frente Amplio no constituyó un mero hecho administrativo, un simple relevo producto de un reglamento interno, sino que marcó el cierre de un período muy complicado en la vida de la coalición de izquierda y abrió interrogantes para el futuro.

Miranda no pudo con la conducción de la coalición y deja pendientes para el nuevo coordinador, Ricardo Ehrilch, tareas muy pesadas.

¿Qué pasó con Miranda? La pregunta tiene respuestas que refieren a actitudes o errores del propio Miranda, pero también cuestiones coyunturales y otras estructurales del Frente Amplio.

Para empezar: ¿Es viable, resulta necesaria una presidencia en la coalición, cuando la misma no responde a un líder de peso? ¿O sería más realista para el futuro mantener una tarea de coordinación individual o aún una conducción pluripersonal?

Nadie puede tener dudas del sentido de la presidencia cuando la ocupó el general Líber Seregni, o cuando lo hizo Tabaré Vázquez. Eran, antes que presidentes, líderes. Y en una coalición con tantos sectores como el FA, ese parece un requisito para que una presidencia funcione como tal.

Mónica Xavier tuvo fuerza, pero esa misma fuerza determinó que le terminaran cortando las alas. Porque ese es otro punto: parece muy difícil que figuras sectoriales puedan alinear a toda la coalición detrás de sí. Vázquez, por muchos motivos, pero sobre todo porque fue un líder, fue una excepción.

Es cierto que Miranda corrió una carrera de obstáculos, algunos de los cuales fueron apareciendo sobre la marcha. A Miranda le cambió el escenario: llegó a la presidencia de la mano de los sectores y votos moderados, pero se fue encontrando con un Frente en el que los grupos más duros y radicales se fueron fortaleciendo e imponiendo. La votación de noviembre del 2019 hizo explícito ese fenómeno.

Miranda tuvo problemas con algunos sectores desde el comienzo —así lo comentó en círculos reservados— pero en lugar de jugar con su perfil, fortaleciéndose desde su lugar, con su personalidad y la moderación que siempre le había distinguido, unas cuantas veces se colocó a la izquierda de la izquierda para ganar espacios y confianza. Y construyó discursos y actitudes que claramente no encajaban con él.

De ese modo se perdió, entre otras cosas, la posibilidad de dar un paso en el escenario político y ser el interlocutor del gobierno, aún desde las posturas más firmes y de oposición. Mientras el propio Tabaré Vázquez, con sus últimas energías, elogiaba al presidente Lacalle Pou por haberlo visitado y abrirse al diálogo, Miranda quedaba relegado y enojado. Y eso no fue impedimento para que Vázquez, de todos modos, actuara como líder opositor. El enojo se reiteró cuando el presidente se reunió con los intendentes frentistas. Y se fue constituyendo en una actitud permanente.

Es cierto que Miranda debió afrontar episodios tan fuertes como denuncias y procesamientos como el de Raúl Sendic, una campaña electoral con muchos errores y aspectos del gobierno anterior con costos políticos ajenos a su persona, como la seguridad pública.

El país va rumbo los dos años de las últimas elecciones nacionales y el Frente Amplio no asumió una verdadera autocrítica, que para algunos no parece deseable. Es verdad que surgió la pandemia y que se postergaron las elecciones municipales, pero tiene pendiente un análisis de fondo sobre lo que le ocurrió. Ahora será la LUC lo que justificará esa postergación. Sólo Danilo Astori metió el cuchillo a fondo en el tema, demostrando que, por ahora, no tiene sucesores en ese espacio de centro vital para el futuro de la coalición de izquierda; y que si hay aspirantes, todavía no intentaron asumir su papel. El intendente canario, Yamandú Orsi, también realizó autocríticas severas en un discurso que luego fue atenuando.

Ahora Ehrlich asumió un compromiso nada fácil, pero tendrá la ventaja de contar con algunos apoyos explícitos y pesados —de los que le faltaron a Miranda— como el MPP. Deberá coordinar al Frente durante la campaña por la LUC y en la organización de las internas y atender las demandas de paridad, pero sobre todas las cosas, tiene el desafío de generar las condiciones para que el Frente Amplio finalmente se pueda mirar a un espejo sin distorsiones. Si es que realmente quiere hacer eso.