Autoconstrucción de oportunidades

El centro juvenil De puertas abiertas procura “un proceso dignificador” para decenas de adolescentes de la periferia de Florida

07.04.2022 | tiempo de lectura: 4 minutos

Frente al centro juvenil De puertas abiertas no hay ciudad. Con su acera termina Florida capital. Del otro lado de la calle ya es campo. Incluso el predio del propio centro —como muchos otros terrenos de ese extremo de la periferia oeste de la capital departamental— está gobernado por árboles y gramillas entre las que, con el paso de los años, han ido brotando pequeñas edificaciones: espacios administrativos, aulas para talleres, un comedor, una cancha de básquetbol, y mucho verde.

Casi toda la infraestructura ha sido erguida, en parte, con mano de obra de los participantes del centro, al que asisten más de setenta adolescentes.

En su mayoría son de los barrios Fernández Mura, Burastero, Cuchilla Santarcieri y aledaños.

En esa zona de la ciudad, donde la población se multiplicó fundamentalmente entre los últimos años del siglo pasado y la primera década del actual, los indicadores que evidencian vulnerabilidades llaman, medición tras medición, a la urgencia de políticas públicas focalizadas.

De puertas abiertas funciona administrado por la organización no gubernamental Centro de Promoción de la Familia, en convenio con INAU, pero también tiene en su órbita cursos de Formación Básica Profesional (FPB), en acuerdo con UTU.

Deportes; instancias de apoyo pedagógico; talleres de artes plásticas, de panadería, y de confección y reconfección de prendas, son parte del menú de opciones con las que cuentan los jóvenes.

Algunos de ellos llegan al centro tras no poder sostener una trayectoria en otros programas o habiendo abandonado la educación formal —los liceos están a unos tres kilómetros de estos barrios, por lo cual la distancia y la falta de una bicicleta o de cualquier otro vehículo son algunos de los factores que desalientan la asistencia—.

Que los adolescentes participen en las obras que han ido nutriendo a la infraestructura del centro, incluso interviniéndola con murales, responde a una política de legados entre unas generaciones y otras, explica Leandro Fuentes, coordinador de De puertas abiertas.

El horno que un día tras otro es alimentado de leña mientras son amasadas roscas, pizzas y otros panificados, fue construido tiempo atrás por participantes hoy ya egresados —algunos de los cuales, después, hicieron hornos en sus casas, según apunta Sergio Ceballos, el docente del taller—.

Así pasó también con parte de la instalación eléctrica del salón más grande —aprovechando los conocimientos adquiridos en talleres de electricidad—. Y lo mismo ocurre con la cancha de básquetbol y con la mayoría de las construcciones.

Se da de ese modo hasta con el futbolito que en los ratos libres se puebla de gritos de gol en el patio principal. Fue construido años atrás, pero lo refaccionó la generación que hoy le da uso.

Hay jóvenes durante la mañana y la tarde. La rutina del centro comienza en un encuentro grupal, en una redondilla. Se intercambian ideas, noticias y, si la ocasión lo amerita, también grupalmente son analizados los episodios ocurridos en horas previas.

“Cada problema es una oportunidad para encarar el tema, hablarlo, ver errores y aciertos”, remarca Fuentes. Después los participantes, en diferentes grupos, asisten a los talleres o a las actividades recreativas.

El coordinador de De puertas abiertas explica que en cada una de las áreas de trabajo la intención es que el impacto sea dignificador.

Ocurre, por ejemplo, con la ropa que llega donada. No va toda sobre una mesa para retirar, sino que es derivada a La Tienda —el taller de confección—, donde tanto puede ser sometida a una refacción como a una reconversión.

Después son colocadas en perchas que las sostienen hasta que llega el día de la feria en la que, tres veces al año, las prendas se encuentran con dueños que les darán una nueva vida.

A través de una campaña iniciada recientemente, en De puertas abiertas reciben bicicletas en desuso para desarmarlas, repararlas y ponerlas en condiciones como para que algunos de los adolescentes después las utilicen para ir al liceo, o incluso para asistir al propio centro —dos de los participantes acuden a diario, a pie, desde el camino a La Macana, en las afueras de la zona noreste de la ciudad—.

No todas las actividades están marcadas por los talleres o por el trabajo del equipo multidisciplinario de De puertas abiertas. Lo frecuente al ingresar al predio es toparse, por ejemplo, con algunos de los jóvenes jugando al ajedrez —si bien el ajedrez fue durante tres años un taller en acuerdo con el MEC, actualmente no se está dictando—.

Leandro Fuentes admite que al principio los referentes y docentes se sorprendieron por cómo los participantes lo fueron incorporando como un juego más, enseñándose entre ellos en la práctica, y también por cómo llegaron a apasionarse tal como si se tratara de un deporte con pelota.

A partir de ello —cuenta Fuentes— ejercitan el planificar, el trazar estrategias y también, después de tanto pensar para actuar, enfrentarse a la posibilidad de la frustración; y tolerarla.

El incorporar saberes, ejercitar habilidades y trabajar en colectivo ha permitido “experiencias inolvidables” que si bien pueden no estar entre los cometidos inmediatos del centro, sí pasan a ser parte “del alcance extendido” de éste. Una de esas experiencias, según narra el coordinador, fue la reconstrucción de parte de una vivienda habitada por dos participantes.

El impacto del trabajo puede ser medible de diferentes formas, acota el coordinador. Se constata, por ejemplo, con el tipo de vínculo que los participantes desarrollan con el centro —el cual lleva más de dos décadas de crecimiento constante, desde que nació como un merendero en la capilla Santa Teresita, en el barrio Prado Español—.

Incluso años después de egresar muchos de ellos retornan a éste, tanto para participar en actividades como para solicitar orientación sobre trámites que deben realizar.

También para visitar a los referentes y presentarles a sus hijos; para contarles cómo han seguido sus vidas.

 

Texto y fotos: Emilio Martínez Muracciole.