La inseguridad como tema de campaña y la realidad internacional

Alfonso Lessa

30.04.2024 | tiempo de lectura: 3 minutos

En una columna reciente nos referimos a los temas que más preocupan a los uruguayos a partir de una encuesta de Cifra, según la cual la economía había pasado al primer lugar desplazada por temas relativos a la seguridad pública.

Y entonces planteábamos hasta dónde la economía podía influenciar en una campaña, tanto por el lugar que ocupe en la propia campaña como por lo que los uruguayos sientan en sus bolsillos. Y recordábamos la frase de Clinton: “Es la economía, idiota”.

Ahora la pregunta es si aquella frase podría cambiarse en este caso a: “Es la seguridad, idiota”.

La seguridad y en general los temas del Ministerio del Interior han estado siempre presentes en la agenda, al menos desde el restablecimiento democrático, incluso variando: copamientos, superbandas, asaltos a banco, cajeros, etc.

El tema es que desde aquel 1985 en adelante, la inseguridad se ha multiplicado de manera geométrica, de la mano de nuevos problemas sociales, como el poder del narcotráfico, sin encontrar soluciones de fondo, más allá del freno y aún de la disminución en algunos ítems en la actual administración.

Lo más grave, mirando el asunto desde una perspectiva mayor, es que se trata de un problema universal que afecta gravemente a sociedades diversas.

Y voy a referirme solo a dos ejemplos. Chile sufre hoy una ola de violencia y secuestros sin precedentes, al parecer producto de una organización delictiva básicamente venezolana llamada el Tren de Aragua. Al punto que hoy está provocando un problema diplomático entre los dos países. También estaría en Uruguay.

Pero quizás lo más sorprendente sea lo que sucede hoy en Suecia, considerado por mucho tiempo un ejemplo de convivencia. Un reciente artículo de El País de Madrid nos alertó de esa situación que quizás el turista no perciba claramente.

“Bombas en edificios y sicarios de 14 años: el crimen organizado desborda a Suecia. Las luchas de poder entre los clanes de la mafia sueca convierten al país escandinavo en uno de los más violentos de Europa”, afirmaba la nota muy reciente.

Las luchas, el asesinato de la madre de uno de los capos de la mafia por parte de sicarios de 15 y 19 años, han llegado a lugares como la ciudad universitaria de Upsala.

El informe también añadió que “en menos de 15 años, Suecia ha pasado de ser uno de los países más seguros del mundo a tener la mayor tasa de homicidios con armas de fuego de toda la UE (duplica la de Croacia, el segundo) y una cantidad de explosiones —por bombas o granadas de mano— comparable a la de algunos países en conflicto”.

El informe es bastante más amplio pero creo que demuestra cómo están cambiando las cosas en lugares muy diversos. Y demuestra en qué poco tiempo la violencia se puede adueñar de una sociedad y cambiarla por completo.

Muy ocupados de nuestro ombligo uruguayo quizás no veamos ni atendamos demasiado estas situaciones alarmantes.

La seguridad pública probablemente estará cada vez más en la agenda electoral, el tema es el cómo: si con propuestas, si con contraposición de propuestas concretas o solo con el objetivo de que el adversario pague los costos.

Y esto, por supuesto, cuando aún falta aclarar casos muy importantes relativos a la pasada administración así como la actual. Eso significa en los hechos que quedan varias deudas por cobrar.

Entonces, a la pregunta inicial, probablemente, “sí, será la seguridad” un tema primordial. Pero nada será realmente efectivo en el futuro si no existe una política de Estado, de la que nadie se quiera apropiar.

Ha habido propuestas en ese sentido: poco tiempo atrás fue Mario Bergara quien habló de la necesidad de buscar una política de Estado con todos los partidos en materia de seguridad pública. La idea recogió apoyos y críticas en el Frente y en el oficialismo.

Llegar a un acuerdo que dé fuerza a una política en seguridad pública requiere despartidizar el tema. Y claro que una campaña electoral no resulta el mejor momento. Pero la idea está por allí, picando, y tal vez luego de las elecciones se puedan lograr acuerdo al menos mínimos sobre este asunto delicado y grave.

Claro que una política integral también requiere de propuestas integrales donde lo social sea relevante. Pero en cualquier caso los ejemplos de Chile y Suecia demuestran cómo las cosas pueden llegar a situaciones extremas en muy poco tiempo.