La Tolerancia Condicionada: El inmigrante frente al poder del anfitrión

Pablo Tellechea, corresponsal de Justos y pecadores en Estados Unidos

11.06.2025 | tiempo de lectura: < 1 minuto

En la compleja relación entre el inmigrante y la sociedad que lo recibe, se esconde una verdad incómoda: la tolerancia que se le otorga es casi siempre condicional. El inmigrante, por su situación vulnerable legal, económica o cultural, vive en una constante incertidumbre. Aunque pueda integrarse, contribuir e incluso prosperar, nunca tiene la garantía de que la sociedad que lo acepta hoy no le dará la espalda mañana.

Esta tolerancia, lejos de ser un derecho adquirido, es muchas veces una concesión arbitraria, dependiente del clima político, de las narrativas mediáticas o del humor social. En contraste, el anfitrión, sea el ciudadano común o el Estado, retiene el poder de decidir cuándo ser tolerante, cuándo cerrar las puertas y cuándo marcar la diferencia entre "nosotros" y "ellos".

Según datos del Pew Research Center (2023), más del 58% de los inmigrantes en EEUU afirman  haber sentido que su presencia es cuestionada o indeseada en algún momento, incluso cuando están legalmente establecidos. Esta percepción no nace del vacío: obedece a un sistema donde la inclusión no siempre va de la mano con la justicia, sino con la conveniencia política.

Cuando los discursos de odio y desinformación dominan, la sociedad anfitriona puede retirar su “tolerancia” sin causa ni advertencia, empujando a miles de seres humanos, familias, trabajadores, estudiantes a una nueva forma de exilio emocional y social. Es allí donde el verdadero desafío ético aparece: ¿Queremos ser una sociedad que acoge, o una que suspende su humanidad cuando le resulta incómodo practicarla?