Nicaragua y las izquierdas latinoamericana
Por Alfonso Lessa
22.02.2022 | tiempo de lectura: 3 minutos
El inesperado fallecimiento del ex ministro de Interior, Eduardo Bonomi, durante fin de semana, generó un impacto que pasó momentáneamente a un segundo plano todos los demás temas, incluyendo las discusiones por la LUC.
Un cuadro de primera línea del MLN, ex ministro del Interior polémico pero de alto perfil que se rodeó de gente muy capaz para su gestión, muy querido por sus amigos e igualmente rechazado en algunos círculos, destacado por su militancia y preso durante muchos años, la muerte de Bonomi deja uno de esos espacios que no se llenan fácilmente o directamente no se pueden llenar.
Fue de los tupamaros que, llegado el momento, prefirió la vía política y seguramente el paso de los días permitirá hacer una evaluación más serena y profunda sobre la actuación en la guerrilla y la gestión del ex ministro.
Pero al momento de fallecer Bonomi, esta columna ya estaba casi terminada enfocándose en otro tema: la existencia de ciertos realineamientos en una izquierda latinoamericana que -con algunas diferencias notables de concepción- tienen sus repiques en Uruguay.
Pocos días atrás en la obra “Pecados Capitalistas” en la Sala Verdi- en el que se amalgaman entrevistas, música y actuación- el ex presidente José Mujica, entrevistado por el periodista Antonio Ladra, fue muy duro con el dictador nicaragüense Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. Entre otros conceptos, los calificó de traidores.
Poco después, sin embargo, el senador comunista Oscar Andrade se negó -en la misma sala Verdi- a condenar a la dupla que actúa imponiendo el terror en Nicaragua; terror que incluye las violaciones a las que sometió Ortega a la hija de Murillo, según ha denunciado reiteradamente.
En estos días, precisamente, murió en una cárcel de ese país, Nicaragua, Hugo Torres Giménez, uno de los opositores presos por sus ideas, ex guerrillero sandinista que en su momento salvó al propio Ortega.
En la primera quincena de febrero fueron enjuiciados 16 de las decenas de presos políticos detenidos para posibilitar la reelección fraudulenta de Ortega y su esposa. Entre ellos, el ex vicecanciller sandinista, también ex guerrillero que luchó junto a Ortega, Víctor Hugo Tinoco, de destacada actuación en ese cargo. El fantasmagórico delito que se le atribuyó fue el del «incitar a la injerencia extranjera en los asuntos internos» y «pedir intervenciones militares» contra el Gobierno de Nicaragua. Las penas van de 8 a 15 años y las víctimas incluyen periodistas, líderes campesinos, líderes políticos y hasta la esposa de un ex presidente.
La dictadura de Ortega, así como las de Venezuela y Cuba, fueron condenadas por el reciente triunfador de las elecciones chilenas, el joven Gabriel Boric, que reclamó a la izquierda terminar con el doble discurso en materia de democracia y derechos humanos.
Dicho sea de paso, en la mencionada entrevista en sala Verdi, Mujica elogió a Boric y depositó muchas expectativas en su gestión.
Y Maduro, con su habitual lenguaje, procuró descalificar a Boric y al nuevo presidente de Perú, Pedro Castillo, asegurando que representaban una izquierda cobarde y fracasada.
Y hablando de fracasos, cabe recordar -lo recordó Boric- que seis millones de personas abandonaron una Venezuela sumida en la pobreza más absoluta y que, entre otros aspectos, llegó a alcanzar una cifra de inflación de un millón por ciento.
En Uruguay las condenas terminantes no abundan en la izquierda. Pero hay excepciones. El sábado, el dirigente sindical histórico, Richard Read, escribió en Twiter: “rompe los ojos en todo el mundo salvo acá. Lo de Nicaragua es repudiable y se debe denunciar en todos los foros y tribunas. Es un agravio a los luchadores Sociales y Sindicales que se silencie lo de Nicaragua. El régimen de Nicaragua se llama Dictadura!!”.
Clarito.
Y un paréntesis: mientras ocurre todo esto, en México, el presidente Andrés Manuel Lopez Obrador, presuntamente de izquierda, navega en un mar embravecido, con críticas en un país en el que sólo aumentan la violencia, los asesinatos -incluyendo los de periodistas- y las diferencias económicas.
En Chile Boric llega al gobierno con ideas firmes y una historia muy reciente de luchas en demanda de mayor justicia social, pero con una postura moderada y que muestra realismo. Al menos a esta hora. Y sabe que no la tendrá fácil.
Estas diferencias en las izquierdas también se trasladan a foros y grupos internacionales, los más duros de los cuáles van perdiendo fuerza.
Parece haber llegado un momento de definiciones, un momento clave, para una izquierda latinoamericana no sólo diversa, sino también, como se ve, con diferencias muy importantes sobre temas básicos.
Y dejemos de lado el tema de Argentina, donde el peronismo, como siempre, navega en aguas turbulentas, lleno de contradicciones, poniendo el señalero a la izquierda y la derecha al mismo tiempo. Y pasa repentinamente, por ejemplo, del apoyo a Ortega a su condena.