Brasil y los riesgos de la inestabilidad
Alfonso Lessa
16.01.2023 | tiempo de lectura: 3 minutos
Los dramáticos momentos que vivió Brasil recientemente con el asalto de ultraradicalizados y fanáticos partidarios de Bolsonaro a los principales edificios de Brasilia y la situación de enorme tensión que vive el país vecino, significan —obvio es decirlo, pero no está de mal remarcarlo— un ataque directo a la democracia.
Pero también constituyen una apuesta a la inestabilidad política, económica y social y una estrategia de fragilización del sistema institucional del Brasil, con la esperanza de desalojar ilegalmente a Lula luego de su triunfo electoral y tener campo libre para una ultraderecha enardecida.
Una perspectiva que no se puede ignorar es que lo que ocurra en Brasil inevitablemente afectará a la región en general y también a Uruguay. Esto ocurrió siempre en la historia, pero la globalización y la interdependencia contemporáneas hacen que lo que pueda pasar en un país tan inmenso como Brasil, con tantas fronteras, indefectiblemente influya en los vecinos.
Si hubiera una inestabilidad importante, eso influirá en los vecinos. Aunque el mejor antídoto contra ello es la estabilidad democrática, un sistema de partidos sólido y maduro y la moderación. Bienes escasos en buena parte de América Latina.
Uruguay tuvo un buen comienzo respecto a su vecino y el nuevo mandatario: la presencia conjunta del presidente Lacalle Pou y los expresidentes Mujica y Sanguinetti fue una señal muy clara destacada en el exterior y que sería deseable que fuera comprendida aquí por sus respectivos seguidores.
Lula comprendió claramente el gesto de un país que está lejísimos del potencial brasileño, pero que geopolíticamente es relevante. Y es que el presidente brasileño sabe que esta vez necesita de apoyo internacional como nunca antes. Y no solo de la izquierda. Por eso han sido tan importantes las señales de rechazo al intento golpista de Estados Unidos y países europeos.
Además, Lacalle Pou lo invitó a visitar Uruguay este mismo mes, oportunidad en la que se reunirá también con autoridades del Frente Amplio. Lo hechos demostrarán si su compleja realidad interna le permite viajar.
Bolsonaro, el gran responsable de esta situación, pareció aprender una lección de Trump: en vez de estar en el lugar de los hechos para evitar que se lo inculpe personalmente de lo ocurrido, se fue a Estados Unidos.
Incluso estuvo internado (presuntamente) por las consecuencias de aquel apuñalamiento del que fue víctima en la campaña electoral que ganó, un signo premonitorio de lo que se viviría después: una polarización extrema y muy riesgosa que no parece tener fin.
De todas maneras su mano, aún desde lejos, parece clara.
Bolsonaro, como se sabe, llegó a hacer pública una grabación en la que insistía en que Lula no ganó las elecciones, que habrían sido trampeadas con ayuda de los votos electrónicos, hipótesis que fue ya rechazada muchas veces.
El video estuvo poco tiempo porque el propio Bolsonaro lo borró, pero alcanzó para que se interpretara como un apoyo indirecto a los manifestantes y promotores de un golpe, más allá de sus tibias declaraciones públicas en contra.
Todo esto no ha hecho más que confirmar lo obvio: que Lula tendrá muchas dificultades debido al peso de los votos de Bolsonaro y el poder que mantienen los sectores que apoyan al expresidente en el Congreso y también en las gobernaciones. Y no solo allí, porque existen otros terrenos minados, ya que el bolsonarismo sigue controlando otros puestos fundamentales o muy importantes en la estructura del Estado.
Desde el gobierno de Lula se ha reaccionado con firmeza frente a este intento golpista y hay figuras relevantes acusadas de haber participado de un modo u otro en todo este entramado. Hay quienes se preguntan si esto podría pasar en Uruguay. No parece posible, salvo que cambien mucho las cosas. Entre otros factores porque un problema endémico de Brasil es el de la debilidad de su sistema de partidos, cosa que no ocurre en Uruguay.
También, entre otros factores, por el poder que siempre, con todos los gobiernos, incluso los de izquierda, han conservado en Brasil las fuerzas armadas. Realidades muy distintas a las de Uruguay.
De todas maneras la realidad de Uruguay, como se señaló, no es la de muchos países de América Latina cuyas situaciones de inestabilidad y desgobierno los hacen más proclives al contagio de la fragilidad y la polarización del Brasil.