1983: a cuatro décadas de un año decisivo
Columna de Alfonso Lessa
16.05.2023 | tiempo de lectura: 3 minutos
Este año se recuerda nada más ni menos que el medio siglo del golpe de Estado. Pero también se conmemora otro aniversario fundamental: el de las cuatro décadas del decisivo año 1983.
1983 fue un año clave en la transición, un año realmente bisagra, que marcó un quiebre entre los últimos y duros intentos de la dictadura y en particular de los militares que respondían a Gregorio Álvarez para mantener el control y extender el régimen, y la pérdida del temor de la población, el comienzo de las movilizaciones y el renacimiento de organizaciones sociales.
También fue un momento de importante coordinación política de los partidos y dirigentes, proscritos o no, aun cuando empezaron a percibirse las diferencias respecto al modo de encarar sus estrategias.
1983 fue un año, entonces, en que ocurrió de todo.
El pasado 1 de mayo recibieron un homenaje dos figuras de aquella transición a nivel sindical: Richard Read y Juan Pedro Ciganda, que jugaron papeles muy relevantes, junto a otros dirigentes, en la ingeniosa creación del Plenario Intersindical de Trabajadores (PIT), aprovechando los recovecos normativos que fue dejando la dictadura.
AEBU y su cantina eran lugares de reuniones y conversaciones —centro muy relevante en aquella organización— al igual que Acción Sindical Uruguaya (ASU) bajo la dirección de Mitil Ferreira. Se puede mencionar, entre otros, a Juan Carlos Pereira, fallecido demasiado joven; o el tabacalero Juan Carlos Asencio, que también habló en aquel gigantesco acto.
Una anécdota: cubría sindicales y otras informaciones para el semanario Aquí y una fría noche de invierno como tantas otras fui a la sede de ASU buscando Germán D Elía, que presuntamente estaba allí. Ingresé en un habitación y, sin quererlo, estaba en una reunión clandestina de la que participaba Pepe Delia, que me dijo riendo: “No soy yo, más vale que te vayas rápido, porque si cae la policía marchás”.
1983, entonces, fue el año del PIT, pero también fue el de la reorganización estudiantil mediante la Asociación Social y Cultural de Estudiantes de la Enseñanza Pública (ASCEEP) que tenía como principal figura al chileno Jorge Rodríguez.
El gobierno venía de dos grandes tropezones: el NO a su reforma constitucional en 1980; y una derrota aplastante de los sectores oficialistas o más cercanos al oficialismo, en las internas de 1982. Y encaró 1983 con dureza.
Convocó a los partidos habilitados (colorado, blanco y la Unión Cívica) a la búsqueda de una acuerdo en el Parque Hotel, pero fracasó drásticamente. Los militares quisieron imponer en acuerdo las grandes líneas del proyecto rechazado en 1980 y los dirigentes políticos no lo aceptaron. Entonces llegó la censura previa de los medios, por primera vez en la dictadura.
Los caceroleos y apagones masivos, primero dentro de las casas, luego cada vez más volcados a las calles, desorientaron a los militares y permitieron avances cada vez mayores.
Hubo un duro enfrentamiento en la plaza de los bomberos con varios heridos por la represión, pero la movilización no decreció.
Al gran acto del PIT siguió la enorme manifestación de la Semana del Estudiante y el punto culminante fue el acto del obelisco, del que también se cumplirán 40 años.
Negociación, movilización y concertación, había dicho Seregni, cuya libertad también se negoció como parte de un proceso que —ya al año siguiente— encontraba a colorados y frentistas de un lado y al wilsonismo del otro. Sanguinetti, en buena medida arquitecto de la transición, fue su socio.
Pero todo lo ocurrido ese año demostró a los militares su creciente aislamiento, que en lo internacional los había dejado huérfanos del apoyo argentino tras la derrota militar en Malvinas el año anterior y el triunfo de Alfonsín. Y con una región que pujaba por la vuelta a la democracia, cada país a su estilo.
Los militares uruguayos no habían sufrido algo parecido a lo de Malvinas y estaban militarmente intactos, pero políticamente derrotados. Eso fue lo que les demostró 1983. Y por eso el propio dictador Gregorio Álvarez terminó siendo dejado de lado por el general Medina y los demás comandantes en las negociaciones con los políticos, al considerarlo un obstáculo en este camino.
Fue una lucha codo a codo de mucha gente común y corriente, jóvenes que daban sus primeros pasos, en un tiempo en el que en el 90 % de los casos, nadie le preguntaba a nadie de qué partido era o cuál era su ideología. Eso no era lo que importaba. Lo que importaba era volver a la democracia perdida.
Cuatro décadas más tarde, por ejemplo, el Pit Cnt pudo hacer su acto con la mayor libertad, como corresponde y como pasó en estas cuatro décadas. Como todo.
Hubo muchas promesas de renovación de una actitud más fresca e independiente en varias áreas, pero algunas quedaron por el camino.
Sería bueno que hoy, a cuarenta años, nadie pierda de vista lo central, más allá de discrepancias y diferencias.
Como en algún momento dijo Raúl Sendic: sin cartas abajo de la manga.