El FA, el Pit Cnt y el riesgo de la “cegetización”
Alfonso Lessa
05.09.2021 | tiempo de lectura: 3 minutos
La elección del nuevo presidente del Frente Amplio y la postulación de Fernando Pereira han puesto sobre la mesa varios temas, incluyendo el de las relaciones entre la central de trabajadores y la coalición de izquierda.
El planteo también abrió el espacio para la discusión acerca de qué tipo de dirigente necesita el Frente Amplio para ocupar ese cargo durante los próximos años, si Pereira tiene el perfil adecuado y cuáles podrían ser los eventuales perjuicios de que alguien pase directamente de presidir el Pit-Cnt a hacer lo mismo en la coalición que gobernó quince años al país, sin peaje
político previo. Un hecho sin precedentes.
Los temas y los pronunciamientos públicos han tapado discusiones y pugnas que están por debajo de la superficie, tanto en la fuerza política como en el sindicalismo que, además de todo, se encuentran en procesos paralelos de discusión y preparación de sus congresos.
Pereira, apoyado por el expresidente José Mujica, no era la primera opción del MPP. Esa primera opción era el exintendente de Maldonado Óscar De los Santos. Un muestra de las dudas e idas y venidas que ha generado este asunto en todos los ámbitos. No fue De los Santos —que se mostraba dispuesto a aceptar— el único dirigente tanteado para ocupar el cargo.
En muchas oportunidades se ha criticado, y no solo desde los partidos tradicionales, sino también de parte de gremios y dirigentes sindicales destacados, los riesgos de la extrema cercanía que en ocasiones muestran las dos organizaciones. Y no se trata, por supuesto, de cuestionamientos a sintonías que parecen lógicas, sino a una interacción que a veces confunde las cosas. Por supuesto que esto no debería sorprender cuando dirigentes de algunos partidos tienen un peso clave en el sindicalismo que resulta estratégicamente clave para ellos.
Una y otra vez, sin embargo, se intenta mostrar la independencia o autonomía del Pit Cnt que algunos dirigentes sindicales defienden a capa y espada absolutamente convencidos, pero que los hechos muchas veces no demuestran. El pedido que realizaron a Pereira gremios muy importantes para que diera un paso al costado es muy sugestivo: lo hicieron, según argumentaron, para evitar desequilibrios en la interna sindical, pero también para no violar su propia estatuto.
En el pasado hubo calificados dirigentes gremiales que también se dedicaron a la política y llegaron al Parlamento, pero no dando este tipo de salto ni ofreciendo la sensación de que se utiliza al sindicalismo como un trampolín para lanzarse a la política. Y mostrando de modo muy explícito que hay puertas giratorias que —más allá de diferencias en muchos aspectos— pueden conducir a un cierto proceso de “cegetización”; es decir a la actuación de una organización sindical (la CGT) al servicio de un partido o movimiento (el Peronismo) lo que incluso en la vecina orilla ha determinado fracturas en la propias organizaciones gremiales.
En 1984 José D’Elía, con la humildad que lo caracterizaba, asumió el desafío de ser candidato a vicepresidente del Frente Amplio junto a Juan José Crottogini. Pero era una candidatura cargada de simbolismo, en un momento en el que la dirigencia histórica estaba proscrita.
Pero más allá de estas consideraciones, la primera pregunta, tal vez, sería qué es lo que necesita o pretende el Frente Amplio para quien asuma el enorme reto de sentarse en la silla que ocuparon Líber Seregni y Tabaré Vázquez. Y más aún, otra pregunta quizás anterior que ya he realizado en esta columna: ¿un presidente puede tener realmente la autoridad que necesita si antes no es un líder? ¿No será que el Frente en realidad necesita una tarea de coordinación como la que está haciendo Ricardo Ehrlich con perfil bajo perfil?
De las respuestas a esas preguntas depende en buena medida lo que pueda ocurrir con quien ocupe el cargo: sea hombre o mujer.
Seregni, reconociendo las naturales afinidades entre el Frente Amplio y el Pit Cnt ya advertía en 1985 sobre la necesidad de “un equilibrio políticamente establecido” entre las dos organizaciones. Y, además de remarcar que el Frente Amplio “no es un movimiento clasista”, sostenía que “el Frente como fuerza política no puede ir a rastra de ninguna fuerza social” y “la línea política la tiene que marcar el Frente”.
Parecen innegables la vocación política y las aspiraciones de Pereira en ese terreno, según ha demostrado en varias entrevistas de los últimos días.
El nombre de Pereira ha ganado terreno en el ámbito político, pero también cuestionamientos, dudas y críticas en espacios sindicales.
La designación de un nuevo presidente o presidenta constituye una tarea extremadamente delicada en el período de transición que vive el Frente Amplio. Quien ocupe el cargo debería tener experiencia y el peso, la autoridad y el apoyo necesario, pero no solo en la proclamación y el respaldo de la candidatura, sino en la gestión del día a día. Este es un razonamiento que comparten, en voz baja, unas cuantas figuras de la izquierda. Lo contrario implica el riesgo de una presidencia meramente formal o administrativa. Con todo lo que ello implica.