No vale todo

Por Alfonso Lessa

14.04.2023 | tiempo de lectura: 3 minutos

El 17 de noviembre de 1972 volvía a Buenos Aires luego de 17 años de exilio Juan Domingo Perón. Lo esperaba una gigantesca multitud en el Aeropuerto de Ezeiza, en medio de sangrientos y mortales enfrentamientos entre la derecha o la ultraderecha y la izquierda o la ultraizquierda, del propio Peronismo.

Montoneros y Triple A o el germen de la Alianza Anticomunista Argentina: hubo tantos muertos que nunca se supo el verdadero número de personas asesinadas.
Perón debió desviarse y aterrizar en otro aeropuerto.

Era un anuncio oscuro sobre lo que habría de ocurrir en los próximo años. Cámpora -cercano a los Montoneros- ganó las elecciones, llevando a Perón al poder. Poco después Cámpora debió renunciar y la fórmula Juan Domingo Perón (Isabel) Perón arrasó en nuevas elecciones.

Los hechos se seguían con particular atención desde el agitado Uruguay de aquellos tiempos, porque ingresaba en la recta final hacia la dictadura. Y porque la historia de Uruguay con Perón no era precisamente buena.

El regreso era resultado de un largo proceso que incluyó una larga movilización de todos los sectores del peronismo y la actuación de los propios guerrilleros de  Montoneros, alentados por Perón y luego enfrentados duramente por el mismo Perón y hasta echados de la Plaza de Mayo.

El regreso de Perón estuvo precedido de una frase de uso habitual que lanzaron los militantes: “luche que vuelve”.

Esa misma frase, tanto tiempo después, fue relanzada por La Cámpora y otros militantes, en relación a Cristina Fernandez.

Luche que vuelve, comparando aquel Perón del largo exilio, con Cristina Fernández.
Una perfecta síntesis del desquicio por el que lamentablemente transita a la Argentina que, en condiciones completamente distintas, sin embargo ve como el oficialismo se divide y todos los días se esfuerza en destrozarse, tal como ocurrió en los 70.

Los últimos días también han sido pródigos en la demostración de fuertes divisiones en la oposición, en particular relativos al modo de comparecer en las elecciones en Buenos Aires.

Desde el kirchnerismo se ha pretendido comparar a la proscripción que vivió Perón durante años, con los juicios que se le siguen a Cristina.

Solo los choques políticos de un peronismo que ya no se sabe qué es ni a donde va, puede realizar tal planteo: desorientación, incoherencia y corrupción campean en medio de una lucha descarnada de la que las agresiones que recibió el ministro de Seguridad de la provincia, Sergio Berni, son una muestra.

En medio de esa locura, Cristina, el kirchnerismo cada vez más dividido y La Cámpora buscan el apoyo cada vez menor que tienen dentro, fuera de su país. La reciente reunión del grupo de Puebla en Buenos Aires -de la que participó Mujica- fue un clara demostración de ello.

Lamentablemente del otro lado del Plata reina la desesperanza, a todo nivel social. La gente más humilde es la que más sufre. Debe pagar de modo canallesco -con apoyos electorales y participación en movilizaciones de los punteros, entre otras cosas- el poder tener un trabajo con sueldos miserables -a los que incluso se les realizan quitas de parte de determinadas organizaciones y dirigentes- o recibir algún
dádiva.

Y como producto de ello crecen fenómenos como Milei que en condiciones medianamente normales no podrían explicarse: la antipolítica desde dentro de la política con planteos e ideas impactantes y difíciles de digerir.

Como siempre ocurre, lo que pasa en Argentina no solo nos implica desde el punto de vista emocional, sino en términos concretos de economía, comercio y política.

Argentina vive un año electoral terrible.

Al menos todo lo que está pasando, una vez más, debería servirnos como el antiejemplo. Uruguay vivirá elecciones en más de un año y medio aunque hay quienes ya tomando decisiones condiciones por un electoralismo adelantado.

Lo de Argentina demuestra que en política, en una democracia que respeta a sus ciudadanos, no vale todo.