El decisivo (y muchas veces ignorado) golpe de febrero del 73

Alfonso Lessa

06.02.2023 | tiempo de lectura: 6 minutos

“Si lo de febrero (de 1973) no fue un golpe, que venga Dios y me lo diga”.
La frase pertenece al general retirado Pedro Aguerre y me la dijo en una entrevista para el libro El pecado original, sobre los hechos de febrero del 73 y la postura de la izquierda.
Aguerre, destacado militar frenteamplista, preso desde antes de la dictadura, agregó, entre otras cosas, que cuando se enteró de la reacción de la izquierda ante el levantamiento militar, sintió “ganas de llorar”. El general consideró que todos los políticos se equivocaron, porque debido a que no les gustaba Bordaberry, “se olvidaron de defender la Constitución”. Y en particular cree que falló la conducción frenteamplista que se dejó “llevar por delante” por el Partido Comunista.
En este mes de febrero se cumple medio siglo de un hecho extremadamente oscuro y decisivo para el futuro: el levantamiento del Ejército y la Fuerza Aérea, con apoyo de la Policía, desconociendo el nombramiento del general Antonio Francese como nuevo ministro de Defensa Nacional. La Armada, comandada por Juan José Zorrilla, se opuso al levantamiento y defendió la Constitución, aunque algunos días después los golpistas lograron la renuncia de Zorrilla y el cambio de postura de la Marina de Guerra.
Francese, un viejo general de prestigio entre sus pares, había sido designado para frenar los ímpetus de los golpistas. Estos, entre otros Gregorio Álvarez, Esteban Cristi y los hermanos Zubía, lo tenían claro y se prepararon para resistir. El Ejército estaba envalentonado por el rápido triunfo sobre la guerrilla y alentado para seguir de largo por los propios tupamaros en los diálogos clandestinos. Al decir del comunista Luis Iguini, “les pudrieron la cabeza”. Fue en ese contexto que los militares detuvieron ilegalmente a Jorge Batlle, el líder de la 15. Fue un hecho gravísimo que determinó la salida de ese sector del gabinete, aumentando la soledad de Bordaberry. Un hecho demostrativo. en octubre del 72, de la autonomización del Ejercito y de lo que se venía.

LOS TANQUES EN LAS CALLES

En febrero del 73 militares sacaron tanques y blindados a las calles, tomaron los medios de comunicación y emitieron una serie de comunicados, dos de los cuales, el 4 y el 7, hicieron creer a la casi totalidad de la izquierda que se trataba de un golpe de izquierda; un levantamiento similar al que había protagonizado en Perú el general Velasco Alvarado.
Zorrilla ordenó mover los buques de guerra del puerto con los cañones apuntando hacia Montevideo para enfrentar a los tanques del Ejército. De hecho hubo algunos enfrentamientos en la zona del Cerro.
El Uruguay vivía una gravísima situación sin precedentes, pero el Parlamento ni siquiera se reunió en la siesta veraniega, la CNT no se movilizó contrariando sus compromisos previos y el Frente Amplio tampoco.
Según el exdiputado frenteamplista y exdirigente sindical Víctor Semproni, había existido un pacto entre el Ejército y el Partido Comunista.
Para muchos, allí en aquel febrero, ocurrió el verdadero golpe de Estado, para otros fue la primera parte de un golpe en dos capítulos. Otros han preferido ignorar el hecho, obviarlo, incluso cuando se habla del golpe de Estado como si hubiera surgido milagrosamente muy poco después -el 27 de junio- o no hubiera existido en el proceso de deterioro institucional que vivió el país. Miradas interesadas que evitan asumir responsabilidades. Desde lo político y también desde lo académico, donde sin embargo ha crecido mucho el reconocimiento de la trascendencia fundamental de lo ocurrido en aquellos episodios.
En cualquier caso fue una ruptura institucional, protagonizada por los mismos generales que acompañarían unos meses después a Juan María Bordaberry en la disolución del Parlamento.

ENTRE LA PARÁLISIS Y EL APOYO ABIERTO

Todos los partidos tuvieron alguna cuota de responsabilidad en aquel febrero. Para empezar, ni siquiera intentaron una reacción conjunta, más bien todo lo contrario: tuvieron estrategias diferentes y hasta contradictorias. Desde la apuesta de la continuidad de Bordaberry al apoyo de un golpe que se creía de izquierda.
El Partido Colorado tuvo una responsabilidad básica, ya que Bordaberry fue electo por ese lema, designado por Pacheco Areco, por si no triunfaba su improbable proyecto de reelección en 1971. Bordaberry no era ni de cerca el hombre necesario para conducir al país en aquella crisis: no tenía la experiencia ni la capacidad de maniobra necesarias. Con el correr del tiempo fue elaborando definiciones teóricas que dejaron en claro que no creía en la democracia.
Entre los colorados, la lista 15 sabía de los riesgos que corría el país y había preparado un plan que falló: en contraposición al Ejército había promovido a dos viejos batllistas y constitucionalistas como jefes del Armada (Zorrilla) y la Fuerza Aérea (José Pérez Caldas). Zorrilla no falló pero Pérez Caldas fue superado por las presiones de sus subordinados.
Entre los blancos, Wilson Ferreira propuso a través de terceros a oficiales militares, la idea de promover nuevas elecciones si caía Bordaberry. En su momento esta iniciativa fue negada, pero dirigentes blancos como Walter Santoro y Juan Raúl Ferreira, entre otros, la confirmaron plenamente. El caudillo blanco se había quedado con la idea de que la habían estafado las elecciones pero su planteo no estaba contemplado en la Constitución.
Entre los pachequistas hubo un incómodo y confuso apoyo a Bordaberry, pero la 15 intentó convencer reservadamente al mandatario para que renunciara y dejara la Presidencia en manos del vicepresidente Sapelli, de intachable trayectoria. Pero no tuvo suerte.
Entre los colorados, destacó la firme postura del senador Amílcar Vasconcellos, quien alertó sobre el avance de los “latorritos” y escribió el famoso libro Febrero amargo.
En la izquierda, la voz casi solitaria de Carlos Quijano, desde Marcha, advirtió de lo que se venía y se opuso radicalmente a los planteos militares.
El comunicado 4 contenía aspectos como el rechazo a la deuda externa, la reforma agraria, el combate a la corrupción y otros postulados que hicieron pensar a los partidos de izquierda que a Uruguay llegaba el “peruanismo”. El 7 los reafirmaba, pero con advertencias sobre el rechazo militar al marxismo.
El Frente Amplio tenía poco más de un año y sus dos partidos ampliamente mayoritarios eran el Partido Comunista y el Partido Demócrata Cristiano. Ambos apoyaron el golpe. Y también lo hicieron otros sectores, como el Partido Socialista.
Sus órganos de prensa, El Popular, Ahora y El Oriental, entre otros, no dejan lugar a dudas. Pero incluso algunos de los principales protagonistas de aquellos partidos y de la CNT han reconocido luego de muchos años sus posturas y el error que cometieron desde todo punto de vista.
El general Líber Seregni debió hacer equilibrio en aquellas circunstancias, pero de todos modos rechazó el traslado del modelo peruano a Uruguay. Y luego no tuvo dudas: para él, allí ocurrió el golpe de Estado.

“DEMASIADAS EXPECTATIVAS”

Luis Iguiní, importante dirigente comunista y de la CNT, ha dicho: “Había demasiadas expectativas y reuniones continuadas con los mandos” y relató que él mismo iba todos los días a “relajar” a los editorialistas de El Popular y les decía “estamos de alcahuetes de los milicos, vamos a parar”. Y es que El Popular, entre otros conceptos, había calificado el levantamiento y los comunicados como “un paso adelante”, “una hora esperanzada” y “una nueva realidad”.
Las expectativas estaban centradas en las figuras del coronel Ramón Trabal y el general Gregorio Álvarez. Y tal fue el entusiasmo del PCU que, secretamente, financió al semanario de Gregorio Álvarez, “9 de febrero” según reconoció Ruben Villaverde, que integró las direcciones del PCU y la CNT. Y reconocieron otras fuentes que prefirieron no dar su nombre.
Vladimir Turiansky, también comunista y vicepresidente de la CNT, relató que en el PCU dijeron: “si existen corrientes nacionalistas entre las Fuerzas Armadas, alentemos”.
Carlos Bouzas, bancario de una línea afín a los comunistas, admitió que “reuniones con militares, hubo cualquier cantidad”. En fin, hay mucho más para contar.
¿Hasta dónde creían realmente los militares o un sector militar en los postulados peruanistas”? Esa es una pregunta de respuesta difícil, más aún cuando el general Luis Vicente Queirolo (entonces mano derecha del general Cristi) dijo que fue un “anzuelo” que la izquierda mordió. De todos modos Trabal realmente parece haber encabezado un sector que creía en esas ideas. Sin embargo, luego tuvo una activa participación en el 27 de junio, al punto que tenía comunicación directa con Álvarez. “Felicidades en el día de la Patria” fue el mensaje que Álvarez bajo su seudónimo de “Sable 1 envió a “Ceibo 1” (Trabal) mientras celebraba el golpe con otros oficiales en el Servicio de Información de Defensa.
Se ha dicho que hubo una cambio en la ecuación de fuerzas en el Ejército entre febrero y junio, pero eso no es verdad: eran los mismos generales.
Haya sido como haya sido, resultó un paso gigante hacia la dictadura, en medio del desconcierto político general, con una democracia devaluada y, como admitió el académico y exdirigente del PDC, Romeo Pérez -febrerista entusiasta- la ilusión de unos cuantos en un cambio, aún al costo de una “ruptura institucional”.
Medio siglo más tarde hay, como se vio, quienes han reconocido los hechos y sus responsabilidades. Un paso muy importante. Algunos otros, paradójicamente los que no vivieron aquellos hechos o eran casi niños o adolescentes, se resisten aún a admitir lo que resulta imposible negar.