Las internas y el futuro: un escenario político nuevo

Alfonso Lessa

03.07.2024 | tiempo de lectura: 5 minutos

Las elecciones primarias del domingo 30 marcaron el inicio de una etapa nueva y distinta en el escenario político uruguayo. Fue algo así como un episodio bisagra, con una fuerte renovación en todos los principales partidos, sin los líderes ni candidatos tradicionales.

Fallecidos en distintos momentos Jorge Batlle, Tabaré Vázquez y Jorge Larrañaga, y con Julio Sanguinetti, Lacalle Herrera y José Mujica en retirada, existe un nuevo panorama y nada volverá a ser exactamente igual.

Algo similar ocurrió entre fines de los 50 y los 60, cuando desapareció toda una generación que incluyó, entre otros, a Luis Alberto de Herrera —poco después del triunfo blanco del 58— Luis Batlle y Benito Nardone, entre otros cuantos protagonistas de aquellos tiempos.

Las elecciones internas o primarias dejaron varios elementos para el análisis, algunos ya comentados en diferentes medios, pero que vale repetir o profundizar.

El primer dato. La muy baja participación electoral en general, más allá de partidos, se puede entender por una serie de factores que afectaron a todos —frío, vacaciones, fútbol— pero debería llamar a la reflexión. Porque en esta ocasión votó uno más que el otro, como antes fue al revés, pero la gráfica es, salvo un pequeño pico, de una declinación permanente.

Desde el inicio del sistema electoral vigente, cayó casi del 53 % al 35 %. Es mucho para pensar solo en factores coyunturales. Parece claro que esta debería ser una señal de preocupación para los partidos y dirigentes. Todos. Existe un fenómeno que lleva seis elecciones. No es una foto. Es una película declinante en la que alternaron unos y otros como los más votados, pero en general los blancos.

Los partidos han ido perdiendo atractivo, capacidad de enamorar y esto va en línea con los que decía el politólogo Diego Luján en el programa Periodistas: la baja sostenida en la identificación de los electores con los partidos.

Fueron primarias. Los resultados pueden ser interpretados de múltiples formas, pero yo creo que, en primer lugar y, por sobre todas las cosas, deben ser leídos a la luz de lo que son: unas primarias para elegir candidato único al interior de los partidos; y de modo alguno una competencia interpartidaria. De otro modo, corremos el riesgo de que ocurra con las PASO en Argentina, convertidas casi en una primera vuelta, con consecuencias imprevisibles y hasta catastróficas.

Entendido esto y en este marco, la convocatoria que mostró el Frente Amplio fue muy importante, expresando una capacidad de movilización y convocatoria destacable. Pero deducir de esa convocatoria, como hizo, por ejemplo, Fernando Pereira, que eso muestra el enojo de la gente con el gobierno, es algo que no está avalado por los precedentes. Quizás en parte por la anterior, en que las diferencias fueron muy importantes.

Algunos dicen, como contrapartida, que desde el oficialismo no concurrieron en mayor número, porque están conformes. Hubo internas entre dos gobiernos del Frente que tuvieron amplia mayoría blanca y en las nacionales ganó igualmente la coalición de izquierda.

Quedarse en ese análisis es riesgoso, en primer lugar, para el propio FA.

Primeras con la coalición: Hay un factor que no debe despreciarse en el análisis y es el hecho de que constituyeron las primeras internas que tuvieron lugar con la Coalición Republicana en funcionamiento, atravesando todo el gobierno.

Esto por lo menos pone un matiz atendible, en el que han puesto énfasis algunos observadores y protagonistas como Sanguinetti, que han dicho que la suma del oficialismo volvió a ganar a la izquierda.

Hubo para mí factores muy relevantes como el incentivo de internas competitivas y otras que no lo fueron: la más importante de ellas, sin duda, la del Frente Amplio, polarizada de tal manera, que en un momento Mario Bergara debió bajar su candidatura para plegarse a Orsi.

La blanca claramente no lo era. Las encuestas mostraban tal diferencia y peso de los candidatos que la hacían muy poco atractivas. Muy atrás habían quedado los enfrentamientos políticos entre Lacalle Herrera y Larrañaga, por ejemplo.

La interna colorada con seis candidatos era compleja, difícil de entender en un momento de transición en el que además, por primera vez, Sanguinetti no estuvo en la primera línea.

Ganadores y perdedores. En estas elecciones, por lo tanto, hubo ganadores y perdedores al interior de los partidos.

Creo que se debe destacar la formidable movilización que lograron Yamandú Orsi y el MPP, que logró construir una alianza más amplia que el propio MPP, arrimando gente y sectores distintos.

Cuidaron mucho al candidato que realizó un discurso mucho más abierto, más empático y menos confrontativo que su adversaria, Cosse. Un discurso menos rígido y que incluso fue muy medido en sus apariciones públicas.

El MPP, por tanto, fue el gran triunfador, así como la propia Cosse y los Partidos Comunista y Socialista y sus aliados fueron los grandes derrotados. Ignorar eso sería esquivar la realidad.

Los desafíos. Ahora al Frente le espera el desafío de amalgamar discursos y propuestas, incluso postulando una candidata a vice que según Mujica y Topolansky —que fueron muy duros— no tienen capacidad negociadora, algo básico en la presidencia del Senado y la Asamblea General.

A ese desafío se agrega otro particularmente sensible: las contradicciones respecto al plebiscito de la seguridad social. Los perdedores fueron sus impulsores. El propio martes Orsi se encargó de ratificar que el Frente ya había tomado una decisión: dejar en libertad de acción. Y es sabido que el MPP y los sectores ganadores, por amplio margen, están en contra.

Y otro reto lo constituye atraer votantes no frentistas. Lo reconoció Orsi en su primer discurso, cuando dijo que el Frente, para ganar, necesita “más pueblo”, trascender sus fronteras. Orsi, cabe agregar, no tuvo un discurso para la interna, sino que lo fue construyendo a lo largo de los años, muchas veces por la vía de sus acciones, más que por sus palabras.

Entre los blancos, obviamente el gran triunfador fue Álvaro Delgado, como heredero electoral —no en cuanto al liderazgo— de Lacalle Pou.

Delgado realizó una primera movida audaz, con cierto riesgo, pero inteligente, como fue el anuncio de la expresidenta de Adeom, Valeria Ripoll como candidata a vicepresidenta. El anuncio, que no puede haber sido realizado sin el aval del presidente, movió la estantería adentro y afuera del Partido Nacional. Adentro generó reacciones que seguramente se irán calmando y, en todo caso, no parece que algún votante de la coalición vaya a cambiar de vereda por este hecho. Puede haber quienes cambien de voto, pero en la coalición. En el Frente, el hecho generó sorpresa y cierta confusión.

Delgado mostró habilidad al plantear lo de su vice al mismo tiempo que anunciaba otro hecho relevante: que Lacalle Pou encabezará todas las listas blancas. Es decir, que el presidente cargando con su nivel de apoyo no podrá hacer campaña, pero estará en la misma.

Entre los colorados se abre una nueva etapa por completo alejada de los líderes tradicionales. Andrés Ojeda ha mostrado condiciones que muchos no esperaban, con un discurso fluido y claro y con capacidad para zurcir. Le espera una desafío en donde tiene espacio para crecer. Y supo sumar aportes como el de Gustavo Zubía, que resultó muy relevante.

Finalmente, Cabildo Abierto y el Partido Independiente tienen ahora sí, después de internas sin atractivo por las candidaturas únicas, el reto mínimo de recuperar a sus votantes.

También participará en octubre una serie de partidos pequeños, la mayoría nuevos, que pueden transformarse en puerta de entrada para algunos de los desilusionados.

Lo cierto es que es el domingo 30 variaron muchas cosas, con figuras nuevas en los principales partidos, con los desafíos que ello implica. Y lo del principio: nada será igual.